domingo, 9 de octubre de 2011

Lluvia ácida, por Verónica Sacur Ysaya

Se empapelaba la habitación de grandes bostezos que se abrían hacia una oscura campanilla rojiza. Agargantada. Muda.
Sórdidos pasos vacíos, falsos, que nunca llegarían, se escuchaban venir desde un abajo muy adentro.
Suave, pequeño, como el engaño, se infiltra el aire por una rendija también de luz, también de puerta a medio camino, también de sinsentido.
Ella, la chica de los días de lluvia, que llora por las orejas mientras duerme, que tiene las manos sigilosas bajo la almohada con el pecho aplastado, arrugando las sabanas, se da vuelta para ver-me, para ver-se.
Me comienzo a sentir liviana, como flotando, como pegándome al bajo techo con manchas de humedad; se siente frío. Y como queriendo volver a mí, estiro los brazos, pero sólo me responde su espalda. La chica de los cabellos lacios duerme apacible, la chica de los días de lluvia se levanta y prende un cigarro, me sopla el humo, que empieza a presionarme los brazos, las piernas, las manos, la cabeza; ya estoy totalmente pegada al techo, inmóvil, queriendo gritar, aturdida por el humo y los bostezos y los pasos.
 Palpo el seno izquierdo, para sentir un latido y no… palpo el cuello alto, y no.
El cigarro se consume y bajo, me desinflo, alejándome rápido, muy rápido de aquella habitación. Termino pequeña, sin senos, sin cuellos, sin corazón.
Quiero volver a ver a la chica de los días lluviosos y la de los lacios cabellos y no encuentro el regreso, no hay más que pastos secos y árboles caídos; no las encuentro, no me encuentro, no logro volver a unirme, volver a verme.

Sobresalto, me toco la teta izquierda, y sí. El cuello, y sí. Pero me lloran los oídos, me llueven los poros.

domingo, 2 de octubre de 2011

Inti ha tenido una nueva pesadilla, por Tomás Idao Gesel

 
   Inti ha tenido una nueva pesadilla, ya no es más la gota de agua suspendida en la canilla del lavadero, ni el paseo nocturno debajo de las parras de la casona rosada en la que siempre acababa por orinarse.

—Lela, no guardes todo, nomás lo necesario, y la tele—. Corren por la casa, llevando de un lado a otro las cosas. La Lela interrumpe con su gigantesco cuerpo los preparativos para la evacuación. Ensaya una puteada a uno de sus nietos -a Marcos- y sale al patio. Requisa con su habitual cara de perro los objetos que dejará: el lavarropas de tambor, los incontables helechos esparcidos en los incontables tachos de helado, los sillones de hierro que jamás se usan pero que tanta tristeza le dan dejar... las máquinas de la panadería, el soporte del loro... Observa a Gipsy y recuerda a todas las generaciones de gipsis, todos tan negritos y peludos, todos tan propensos a morir bajo un auto. Los ve naciendo como ratitas, sus primeros ladridos, y casi de inmediato se esfuman; ¡y ahí está el quinto!, perdió la gracia de los cachorros, es cierto, pero aún se conserva joven, aún no empieza con las persecuciones suicidas de autos y camiones, bueno, quizás nunca lo haga, quizás nunca en el circulo traicionero de la plaza Belgrano. Rodrigo atribuye las muertes prematuras de los perros al circulo y a la idiotez de los perros de seguir la línea recta tangencial al punto de partida, con la agravante de correr por el lado de la calle más próximo al centro de la plaza (la cabeza desnarigada del busto de Manuel Belgrano) haciendo casi inevitable el cruce de las trayectorias. La Lela saca el loro del soporte metálico y lo posa en su hombro.
 Los inquilinos del pasillo ya cargaron sus pocas cosas en su Renault 12 blanco, la casa no les importa, y en cierto modo están felices: nunca les agradó esa tapera, nunca les agradaron los vecinos. Antes de irse, Edgardo agujerea a picazos la tapia que los separa de los Gómez, pero no tarda en aburrirse, entonces se trepa él, su señora y los chicos al auto, a Román, último en subir, le ensarta una inexplicable cachetada.
Inquilinos —murmura la Lela— nunca van a ser como uno que es propietario... Mientras despide a los vecinos se acuerda de una llave inglesa y de dos envases de coca cola que jamás recuperará.
En la casa de la Carlota no se ve movimiento. En la rosada ya no hay nadie, fueron los primeros en huir. Los Funes dicen que se van a quedar a ver que pasa, pero ya están preparados y seguramente cambien de parecer.
Inti hace rato dejó de soñar con el balde de albañil y la gota; Carlota, su madre, recuerda que en su infancia tenía el mismo sueño pero con un balde anaranjado de plástico, y percibe (aunque no comprenda) la naturaleza de la pesadilla, el terror inmenso que causa a los seres humanos esa postal hogareña, ese universo estático siempre a punto de estallar en algo inimaginable.
 Despierta hace muchas noches del mismo modo: se para de golpe en la cama y después de un largo rato en quietud se tira violentamente hacia atrás y gira hasta que lo detiene la pared o el ropero, entonces llora a lo loco y tarda en volver en sí. Carlota no pudo entender esta última pesadilla, aún la de la casa rosada le era comprensible: El chico quizás se acuesta sin ir al baño y después a la noche sueña que visita la casa rosada, ¿y en semejante casa qué va a hacer? Mear...  y después el pobre, la vergüenza, y eso que yo me hago la que no veo y le cambio las sábanas... La Lela me dijo que es por el padre, qué sé yo, nunca me habló el nene de caballos, si fuera por eso Inti me hablaría de caballos y de cabezas ensangrentadas, porque siempre me cuenta lo que sueña, mientras lo llevo a la cama grande, mientras sigue todo moqueado, Dios lo mandó a ser testigo de eso también... a veces pienso que es parte mi culpa, que debería dormir en la cama grande, pero después se me va a hacer mariconcito, y eso es todavía peor ¿no? Si vieran, cómo rueda, lo he visto noche tras noche, se para y de repente, no quiero exagerar,  es como si algo lo tironeara muy fuerte, después despierta asfixiado en llanto, contra el ropero, a veces de cabeza, si es que no está la puerta abierta, porque entonces tengo que sacarlo de una montaña de ropas, con las rodillas llenas de moretones y raspaduras...
Anita atraviesa el patio con la balanza en la mano, como una justicia tercermundista, fofa; atrás va rengueando su esposo, pálido, arqueado de pie a cabeza. Indignados como todos los de la “clase propietaria”. Los chicos Funes los ven desde la otra punta de la plaza, distorsionados por el entretejido de los paraísos;  el viejo por fin saliendo de la cueva, el viejo que todos creían inexistente ahí está, y con fuerzas suficientes para treparse al Valiant y conducir. La vieja Anita no saluda a ningún vecino, da media vuelta a la plaza con la mirada fija en el vidrio, hasta que sale por la colonia de vacaciones de los canillitas. Ahí empieza con sus blasfemias. Carlos hace un gesto mortuorio, tras el cual Anita vuelve al silencio y a la contemplación resignada del parabrisas.
Ayer a la madrugada me habló de una sombra y de una pared, o creo que dijo muro, la sombra no hacía nada, pero era un hombre, entonces seguro haría algo malo, bueno, eso fue textual lo que dijo, después repitió más o menos lo mismo. Le pregunté qué hacía ese hombre, una no sabe si hace bien en preguntar o si la empeora, me dijo que era una sombra, que no hacía nada o que acomodaba algo, pero nada importante. Que estaba trepada contra el muro...
Carlota llena la valija marrón, muchas de las cosas que guarda no tienen valor, son piedras y artesanías de alambre. Se pone a llorar, no porque deba irse (ella pertenece al grupo, esta vez afortunado, de los inquilinos) sino porque se acuerda de su marido, de la absurda forma en que murió pateado por un caballo, y porque había hecho buenos amigos, sobre todo los Gómez, y porque todo era tan repentino...
Los Gómez también partieron, todos, los ocho, en la Fiorino beige. La Lela antes de llegar al vado sacó la grasienta libreta de los fiados y, previa salivación del digito índice, le echó una melancólica hojeada, que acabó con una sucesión furiosa de insultos. Después de pasar el puente se detuvo, y en silencio la Fiorino regresó a la plaza. Nadie preguntó la razón.
Los Funes, al ver el éxodo, dejaron su absurda obstinación y marcharon, pero sin llevar más que sus cuerpos, porque no creían mucho en las crónicas, y pensaban volver cuanto antes, temían una repentina ola de asaltos en las calles, temían llegar a una casa desvalijada mucho más que a llegar y no encontrar siquiera la casa. Lo último, la catástrofe colectiva, les parecía más aceptable.
...después corre, desaparece la sombra en la montaña, y sobre el muro no hay nada, pero hay algo, como el balde que te conté, pero no sé, en verdad que no hay nada, mamá, no te enojes conmigo, quiero, pero no puedo moverme, estoy quieto, mamá, y en el muro hay como una canilla que gotea, pero no puedo verla, ni a la canilla ni al balde, no los veo, no sé por qué pienso que están, ¿me creés? ¿me creés? ¿Cómo no te voy a creer, tonto? A ver, acostáte, dormí esta noche en la cama con mami, y tranquilizate, hijo...
Inti ve a su mamá guardando las últimas cosas. Sale al patio y camina hacia los cañaverales. Está nublado y hace mucho calor. Inti está entre las cañas y observa el fondo de su casa. Carlota sale y mira hacia las cañas sin verlo, se frota la cara y vuelve a entrar, pero en un instante sale a los gritos, ¡Inti!¡Inti! ¡Adónde estás!. Inti se esconde en un tacho oxidado. Carlota lo busca en el cañaveral, después vuelve corriendo a la casa. Inti observa por un hueco. La Carlota vuelve a salir, pero esta vez alguien la acompaña, es un hombre, el Pepe Gómez.
La Carlota grita y estira la mano hacia el fondo, pero Pepe la agarra y se la lleva a la fuerza.
Inti sale del tacho. Escucha la camioneta alejándose a toda prisa. Después todo se calma. Inti escucha el ronroneo del arroyo.
Las botitas azules de goma no tardan en llenarse de agua. Inti sonríe. Observa los sauces llorones, que forman una cúpula a lo largo del arroyo, y los árboles de moras, a los que luego piensa trepar, apoya las palmas de sus manos en el agua.
Una bandada de pájaros huye de su nido, los sapos cantan desde el cañaveral, Inti sonríe. Siente el progresivo aumento del viento en su piel.
Por la calle de tierra que bordea el arroyo pasa un auto y frena al verlo, siendo tapado por la propia nube de su paso, baja un gordo, policía o bombero, y le grita sin atreverse a alejarse de la puerta. Inti no lo escucha o, mejor dicho, no lo entiende, se entretiene con una mariposa tigrácea que lo circunda, el gordo titubea, sacude histérico su cabeza,  pero al final se decide: vuelve a subir al auto y acelera.
Arriba, después de la cúpula de sauces, se adivina una nube más oscura que las otras en la misma dirección de las aguas, cubriendo las nubes blancas; caen algunas gotas, no muchas, pero grandes y frías; el agua que ya llega a la altura de su panza también se obscurece poco a poco, se turbia de barro y hojas secas. Inti, no obstante, se queda perfectamente quieto, aún cuando el agua le llega al cuello, cuando la lluvia se ha vuelto torrencial, cuando las ramas y los trozos de telgopor que pasan a su lado son demasiado reales, aun cuando escucha a lo lejos un crujido, un crujido grave, de algo quizás gigantesco, como una tropilla de miles de caballos desbarrancados unos contra otros,  una ola gigante de agua sucia, de carne y pezuñas y sangre y ramas, arremolinándose en una lentitud desesperante, en la que todo parece ir a velocidades paradójicamente elevadas, como si en la misma escena hubieran tiempos independientes:  un ruido infernal que se entrecorta, una mariposa color tigre dando vueltas en circulo como si absolutamente nada pasara. 

sábado, 1 de octubre de 2011

CONSIGNA OCTUBRE 2011

La consigna de este mes es muy simple.
Mandanos el relato de tu peor pesadilla.
En lo posible, con algo de forma.

La extensión es a libre albedrío.
Enviar los textos a cezarynovek@gmail.com
Adjuntar una foto del autor.

Atte. La Administración del Concejo

PD: La consigna estará vigente hasta el 31 de octubre a la medianoche.
PD: En unos días se publica el ganador del mes de Agosto.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Trámite pendiente, Valentina Vidal

Subió esos ocho escalones sin dudarlo. El último lo dejó de cara a una puerta cerrada.
Al querer retroceder, se dio cuenta de que los siete escalones restantes habían desaparecido. Y que todo a su alrededor se había vuelto oscuridad.
Oscuridad, escalón y puerta.
Un hueco indicaba que alguna vez había tenido picaporte. Abajo, su cerradura.
Con sus pies ocupando todo el ancho del escalón comenzó a agacharse cuidadosamente para tratar de ver algo por el orificio.
Puerta. Escalón. Oscuridad.
A medida que bajaba con las manos sobre la puerta, sus dedos podían dibujar las vetas de la madera.
Una vez en cuclillas, haciendo equilibrio, acercó su ojo. Pero algo le tapó la visión.
Se empezó a acalambrar y se reincorporó.
Angustia, incertidumbre y poca movilidad comenzaron a desesperarlo.
Golpeó. Una, dos. Muchas. Con los dos puños, dándole patadas, clavándole las uñas, empujándola con los hombros. Nada la movía.
Sacó de un bolsillo una llave que era para abrir una puerta, pero no ésa.

- ¿Ya está? -dijo una voz del otro lado de la puerta.
- ¡Hola! ¡Ábrame, por favor!
- ¿Cuántos escalones subiste?
- ¿Qué? ...ocho…pero desaparecieron…sólo queda en el que estoy parado…
- Cómo le divierte el juego de los escalones…
- ¿De qué juego habla? ¡Terminemos con esto, ábrame la puerta!
- ¿Qué estabas haciendo antes de subir esa escalera?

Le costaba mucho comprender su situación actual. Como para también jugar a las adivinanzas. Lo volvía loco esa puerta cerrada y la voz que no parecía inmutarse ante su pedido desesperado.

-Intenta recordar –dijo la voz.

-…no sé…creo que estaba en el auto, por llamar a mi mujer, iba manejando…algo pasó, se cruzó un coche, me parece que pegué un volantazo y giré, creo que hasta volqué…pero no puede ser, estoy confundido, no lo sé, le pido por favor que abra esta puerta, señor.

-Tuviste un accidente.
- Usted está loco.
- Usted está muerto.
-¿Y esto es la muerte?
-¿Qué esperabas, un montón de gorditos alados, tocando un clarinete?
-¡No una puerta cerrada!

Un poco por piedad, otra por celeridad, le dijo que pronto comenzaría a comprender y que para cuando eso ocurriese sus recuerdos formarían parte de una conciencia absoluta.

-Sofía…
-Un buen lugar para comenzar, tu mujer, la que estabas por llamar, antes de que ese borracho se cruce en tu camino. Del otro lado lo tengo que entrevistar, esto es como un dos por uno, multiplicado por miles. Sigamos con tu mujer, ¿qué le dejaste?

-…bueno…el auto no creo que haya quedado bien… ¿la casa?
-No seas idiota.
-Entiendo…nos reíamos mucho cuando nos conocimos…la besaba constantemente, me gustaba el olor que tomaba su pelo al despertarse…después las obligaciones, el trabajo, las corridas…la vida…me volvieron algo serio, y ya no dedicaba tanto tiempo a estar en casa con ella.

El recuerdo de Sofía se le había clavado en el pecho como un cuchillo caliente.

-Pronto los recuerdos dejarán de ser dolorosos, le dijo la voz, al darse cuenta de que el silencio se le había atravesado en la garganta al hombre en el escalón.-–prosiguió- seguramente tendrás algo más para decirme, si no no estarías vos de ese lado, y yo de éste.

-¿Se trata de una confesión?

-Qué confesión ni ocho cuartos. Esto es una declaración jurada. Luego de que declares la verdad, me la firmás y yo la dejo “en trámite pendiente”. Cuando la terminen de revisar y aprobar, se te enviará una notificación, en la cual te informarán los pasos a seguir.

-¿Las mentiras cuentan?

-¡Basta! No estoy para perder el tiempo, muchacho, no soy el cura del barrio, me importa un rábano si le mentiste a tu mamá o a tu jefe. ¡Quién hubiera pensado que me costaría tanto con vos!

La voz prosiguió a leerle las preguntas que figuraban en la declaración:
¿Has vivido una buena vida?
¿Has sabido disfrutar de ella?
¿Has hecho las cosas lo mejor que pudiste?
Cuando las adversidades se te cruzaron en el camino, ¿pudiste enfrentarlas y aprender de ellas?
¿Podés considerarte satisfecho con el recuerdo que dejaste en los demás?

Parecía un test de autoayuda, pero a la vez sabía que alguna de esas preguntas no podía responderlas. Había vivido los últimos años tan pendiente de todo lo que le quedaba por hacer, que no se había dado cuenta de que no estaba viviendo su vida, sino tratando de adelantarse a ella. Y ahora ya era tarde.

-¿No podría volver cinco minutos más?

-No diga sandeces, mi amigo. Bastante con servirle en bandeja el cuestionario, (se ve que viene con referencias de algún familiar o amigo que lo espera) y además su envase…quedó bastante maltrecho. DENEGADO.

-Sólo cinco minutos -suplicó-. Necesito sentirla en mis brazos por última vez.

-Lo tengo que consultar.

Se quedó esperando un buen rato imposible de cuantificar hasta que escuchó dos golpes.

Toc-toc

-Cinco minutos. Tenés contactos de peso allá.

Se vio en su casa, sentado en la cama. Sofía estaba cocinando y canturreaba sin parar. En el aire, aroma a su comida favorita –pastel de carne- y que a Sofía le gustaba hacer cuando lo quería mimar un poco. Fue hasta la cocina y lo miró con sus grandes ojos negros, le sonrió y él la abrazó fuerte. Qué maravilloso le resultaba sentir cómo cada pliegue, rincón, articulación de sus cuerpos encajaban perfectamente. Como dos partes de una misma pieza. El sabor de sus bocas también eran parte del menú. Ella suavemente se soltó, argumentando con una sonrisa pícara que se le estaba quemando la comida.
Él la besó una vez más, esta vez en la frente y se fue.

Puerta. Escalón. Oscuridad.

Toc-toc

-¿Cómo le fue, amigo?

-Fui desagradecido con la vida que me tocó.

-Así es.

Le pasó por debajo de la puerta una hoja y le dijo que firme al pie. Él la firmó y la volvió a pasar del otro lado sin mirarla.

Como ya te dije, esto quedará en un trámite pendiente. Tengo que seguir con otras puertas y tengo muchas.

-¿Cuánto estaré esperando? –preguntó vencido. ¿Está Usted ahí?

(…..)

Escalón. Puerta. Oscuridad.

jueves, 1 de septiembre de 2011

CONSIGNA SETIEMBRE 2011

Estimados partisanos:
                                 La consigna de este mes tiene como tema la iniciación, entendida como una transición de un status a otro (puede ser iniciación sexual, laboral, espiritual o de la índole que sea). Debe incluirse en el relato (de forma directa o tangencial, pero tiene que estar) el temor a la naturaleza como elemento avasallante, invasivo.
Extensión: mínima, 400 palabras; máxima, 900.

El plazo de recepción para los relatos escritos según esta consigna es hasta el 30 de Octubre de 2011.

Una vez terminado y revisado, deben enviar el relato junto con una foto del autor a cezarynovek@gmail.com


Sorpréndannos.
La Administración del Consejo 

RELATO GANADOR DEL MES DE JULIO

Estimados camaradas:

                                  Este mes, nuestro jurado secreto ha deliberado mucho y, como resultado, se ha decidido que el relato ganador del mes de Julio- por concisión, ejecución técnica y manejo del suspenso-es Natalia, de Emilio Moyano.




   Según las normas de la casa, no solemos premiar más de un relato. Pero en este caso haremos una excepción, para darle una mención en segundo lugar-por la originalidad del tema y la horrorosa atmósfera- a El patio de Boris, de Flor Meineri.


   Muchísimas gracias a todos los que participaron. Más tarde, subiremos la consigna que estará vigente durante el mes de setiembre. Esperamos su material. Cuídense (no es una amenaza, sólo una forma de saludo)

La Administración del Consejo

miércoles, 31 de agosto de 2011

Firmamento, Vanesa Juliá




Siempre le gustó pensar que las estrellas eran una cantidad infinita de ojos que se asomaban por el balcón de la eternidad a observar las desventuras humanas. Una infinidad de ojos que emanaban brillantes.
            Los días en que vivir le costaba algo más que vida, subía a la azotea de su departamento a observar el infinito. Desde allí, alcanzaba a ver la ventana que daba a la habitación de Carlos. Él vivía con su madre; al igual que ella.
Hacía dos años que se habían mudado a la casa en frente a su departamento, y todavía no había olvidado el día que se habían cruzado por primera vez, en la vereda. Ella le había dedicado una penetrante mirada a la que él había respondido bajando la vista y apretando el paso. Esa actitud huidiza, tímida y esquiva le había divertido mucho, haciéndola sentir poderosa, dominante e inhibidora. Los sucesivos y posteriores encuentros, casuales o premeditados por ella, no habían logrado cambiar esa conducta. Aún hoy, con las tantas noches que ya habían compartido juntos, esa impalpable pero impenetrable barrera seguía existiendo.
            Constantemente le molestaba su servilismo y debilidad, su poca iniciativa y carácter sometido. Pero la embriagaba y la divertía la omnipotencia que ejercía sobre él. Siempre había intuido que su sojuzgamiento la beneficiaría en algún momento de su vida. Y hoy, esa intuición había tomado cuerpo y forma.
            Miró hacia la ventana que daba a la habitación de Carlos: un oscuro y macabro hueco en la pared. No había luces encendidas en el cuarto, ni siluetas humanas recortándose contra la claridad esperando un mensaje de texto que solicitara su presencia. No.
             Recordó a la madre de Carlos. La imaginó llorosa, alterada y preocupada por la ausencia de su hijo. Recordó el odio y la repulsión que sentía por ella. Por la bastarda que osaba posar sus sucias manos en el cuerpo puro y santo de su hijo. Carlos no tenía padre; al igual que ella. Pero habían sido otros los avatares de la vida que lo habían dejado sin: había muerto de una enfermedad terminal cuando él era chico. Al padre de ella, sin embargo, nunca lo había conocido ni lo conocería.
Por diecisiete años sólo habían sido su madre y ella. Su madre que la protegía, que la educaba, que la regañaba, que la sermoneaba, que la mimaba, que la acariciaba, que le enseñaba lo que era ser mujer y lo que significaba serlo en un mundo de hombres. Le había enseñado que sólo la solidaridad entre mujeres la salvaría en los momentos más difíciles. Le había hecho sentir lo que ningún hombre en el planeta le haría sentir, porque eran incapaces de preocuparse por otros seres que no fueran ellos mismos.
Y ahora…bueno, ahora todo volvería a ser como antes. Su madre volvería a protegerla, educarla, regañarla, sermonearla, mimarla, acariciarla. Volverían las noches en que, silenciosamente, se metería en su cama, la abrazaría fuerte y, susurrándole milenarios consejos que muy pocos escuchaban y nadie ponía en práctica, aliviaría sus pesares. Y así, volvería su mundo de mujeres desvergonzadas y de labios rojos carmesí; mujeres que entraban y salían de su casa como si fueran sus propietarias; mujeres que se declaraban sus tías, hermanas, abuelas, hijas, primas sin que la sangre las hermanara; mujeres que habían sido alejadas por la presencia de aquel que despreciaba; aquel que le había robado su mundo y ahora yacía en la cama del cuarto de su madre inmóvil e inerte.
            Prendió un cigarrillo, alzó la mirada al firmamento y respiró profundo. Carlos ya debería estar en el colectivo rumbo al norte del país. A veces, ese pobre ser le inspiraba una compasión profunda. Pero sólo a veces. La entrega y la ingenuidad con la que él pensaba que la amaba, el acatamiento total de sus caprichos. Ella presentía que eran formas de vengarse de la mujer que lo asfixiaba y  lo consumía: su madre.
            Le había dicho que después que todo se calmara, después que su madre llorara lo que tenía que llorar, iría a encontrarse con él al lugar donde la estuviera esperando. Y si, luego de tanto esperarla en vano, descubría que había sido todo un engaño, que el tipo que salía con su madre nunca había abusado de ella como le había dicho, que nunca había tenido la intensión de ir tras sus pasos para vivir libremente el amor que se profesaban, que lo había inducido a ser un prófugo de la justicia toda su vida; si eso sucedía y volvía a acusarla, a señalarla con el dedo, sería su palabra contra la de ella.
            Ahora debía bajar y empezar el teatro. Debía llamar a su madre, para decirle que algo grave había sucedido mientras ambas estaban trabajando, que Eugenio no despertaba, que faltaban cosas en la casa, que la ventana que daba al baldío había sido violentada, que no sabía que hacer, que tenía miedo, que quería volver a ser niña, que quería que vuelvan lo días en que las carcajadas de Elba eran su reloj despertador, los días en que la sonrisa de Carla la esperaba a la salida de la escuela porque ella trabajaba y no podía ir a buscarla, las noches en que ella, su madre, compartía sus sábanas, sus sueños y sus tormentos.
            Miró por última vez las estrellas. Hubiera querido ser una de ellas.  

lunes, 29 de agosto de 2011

Ariadna/El diario de Isadora, Catalina Adriana Giménez

EL DIARIO DE ISADORA   

No te enojés, lo digo en serio.
Tenía que darle vuelta el puto discursito de que no sabía nada
Pero no me lo iba a confesar de una. Así que le hice creer que le creía.
 Saber que "ganó" le bajó las defensas y terminó pidiendo disculpas y que si alguna vez fue su intención sólo pasar un rato conmigo en la cama, no es tan así ahora.
Cosa que  ni me importa, sólo  por un tiempo más...no mucho...se viene el recambio. Lo huelo en el aire.Y sí, además de puta soy bruja, ja ja
Está bien. Tenés razón respecto a que soy bastante boluda pero estoy tomando un curso acelerado. Y no me vengás a decir que por eso las cosas me salen para el culo. Dale, reíte ! No era una metáfora del todo.
Entonces, dejá de darle vueltas al asunto. Acordate que en esta estás tan metida como yo. Eso lo entendés no?
Pero qué te crees? También tengo mis códigos, che. Y uno es no transarme a los hermanitos de mis amigas y/ o amigos.
No llorés…no llorés. Sabés que no me las banco a tus lágrimas.
Dejame terminar, ok?
Me dijo que se habían pasado el dato entre el grupete y que había una apuesta. Sólo que él se enamoró de mí.
Ya sé! No le creo! Querés dejarte de gritar?
Te dije que no soy boluda. Que no me la creo. Era el único modo de continuar con la farsa. Y yo tengo más apuro que vos por terminarla. Que soy de las que se enamoran fácil. Y el puto de tu hermanito no  está nada mal…
Le dije que esta noche en mi casa.

Y ahora no hay forma de echarse atrás. La jugada te salió pal traste.
Ves que no hay que creerle a las minas cuando te dicen que se han olvidado del hijo de puta!!
Que me venís ahora a arrepentirte!
Ya está! No lo entendés? Está seco…frío…
Después decís que la pelotuda soy yo. Me pediste que lo hiciera y yo te advertí que no era broma. Que podía despachar a tu hermano con sólo un click de mis dedos.
A ver…cuál es la parte de la historia que no encaja?
Que te enamoraste?
Ya lo sabía. Bastaba mirarte la cara de imbécil que ponías cuando me contabas de tu hermano y vos. Yo te decía que eso no era  extraño y que es más común de lo que se cuenta y piensa.
Y tanto me hablaste de él, que al final cuando me pediste que te ayudara a sacártelo de encima porque era tu alma o la de él me pareció la oportunidad perfecta. Sos tan idiota!
Tu teoría del pecado es asquerosa. Como todo en tu vida es asqueroso. Maldita cagona!
Y él  también estaba enamorado de vos.
De eso también me dí cuenta cuando vos lo llamabas.
Cómo sabía que eras vos?
Por la cara de pelotudo que ponía. La misma que la tuya.
No me vengas ahora de que estás arrepentida lo que lo ves ahí tendidito en el sofá.
Hermoso, no? Es hermoso el cretino, aún muerto.
Te duele la cabeza y estás mareada? Tenés naúseas? OH, se te está moviendo el piso…qué pena!
NO te puedo ayudar…
Te dije. Te lo dije…me enamoro muy fácil.
Jamás te lo iba a dejar a vos.

ARIADNA


Leyeron alguna vez El diario de Isadora? Parece sólo un cuentito. Pero no tienen alguien que desearían que desapareciera  pero les falta el valor de cobrarse su vida a cuenta de las suyas, las que les  han ido chupando secándoles  el seso?.
Cada mañana despierto deseando que haya desaparecido de su cama. Pero la muy zorra duerme a pata suelta, seguramente soñando con todas las mierdas que se ha mandado. No sé cómo alguien puede soportarla todavía. Cómo sus compañeros de trabajo, su familia, sus amigas, no se han dado cuenta de quién es en realidad.
Me salgo de la cama y veo mis manos retorciéndole el puto cogote. Y mientras preparo el desayuno la cuchilla de rebanar el pan la corta en fetitas bien finitas, para hacer los sandwiches de pan lactal que le gustan a esta perra, puta de mierda…
-No la dejés escapar! Imbécil! Agarrala de las patas, pero que no se salga del círculo!
No puedo hacerlo…no se da cuenta de que no puedo ?
-Para qué carajo me llamaste si sos un mariconazo? Esto es así. O lo hacemos juntos o ni modo. Hey, pelotudo! Te estoy hablando…qué hacés mirándola así. Te cagó la vida, la vieja de mierda te cagó la vida. No me has dicho eso todo este tiempo?.
La miro. Ariadna está vestida de negro con la capa violeta que arrastra por el piso del comedor.
-Si para que lo nuestro funcione hace falta que ésta desaparezca, desaparece. Estoy harta de que no funciones en la cama pensando en tu trauma. O no querés que se te pare más? MIRAME, CARAJO! Te estoy hablando a vos…Dejá de mirarla!
La capa la envuelve por completo y entonces repito con ella las palabras que harán que mi tormento termine por fin. Hago todo lo que Ariadna me dijo que tengo que hacer.
Tomo la sangre…un asco…quiero vomitar pero la mirada de acero de mi novia me frena en seco. La capa…qué extraños colores hay en la habitación.
_ Dale! Levantá ahora el puñal y repetí lo que yo diga!
Por fin… al fin me libraré de ella. Para siempre…
Nunca más sus manos metiéndose por mis pantalones, nunca más en su cama con la excusa del miedo porque el viejo la dejó…Nunca más su perfume en mis narices…Nunca más su sonrisa burlona…Nunca más :- Ninguna te va a querer así, lo sabés? Ninguna… porque el amor es peor que una puta. El amor es una mentira que te vuelve tarado para que otra te domine. Por eso te quiero así…lo entendés?
Cierro los ojos, levanto el puñal, repito las palabras de Ariadna, la veo sonriendo envuelta en su capa violeta. Tan hermosa, tan enigmática, tan talentosa y tan sabia. Tan…
Cierro los ojos y repito con más fuerza aún las frases finales…no sé muy bien qué significan, pero sé que me abren las puertas del laberinto…Ariadna…Ariadna…
Ahora todo terminó. Por fin todo terminó.
Respiro aliviado. La desato despacito para no hacerle daño y le peino con mis dedos su pelo castaño.
-Ya está vieja. Ya terminó todo. Por fin soy libre…
Ariadna, tendida en el piso, la capa violeta envolviéndola y sus ojos abiertos mirándome desde la muerte.
Ella, tan sabia y entendida…NO entendió nada esta vez.
Levanto a mi vieja y me salgo del departamento. Nadie jamás nos volverá a separar.
  

jueves, 11 de agosto de 2011

CONSIGNA AGOSTO 2011

Estimados camaradas:

                                  Debido a causas de fuerza mayor, la publicación de la consigna de este mes vino con algo de demora pero incluyendo un par de novedades.
Para participar de nuestro humilde refugio durante el mes de Agosto, las condiciones son las siguientes:
Tema: Incesto.
Extensión: entre 500 y 1000 palabras.
Incluir al menos 2 historias que pueden unirse entre sí o no, pero deben guardar algún tipo de relación (semejanza, analogía, contraste, lo que sea)
El crimen y el esoterismo deben estar presentes junto al tópico del incesto.

Una vez terminado y debidamente revisado, enviar el texto y una foto del autor a
 cezarynovek@gmail.com


Esperamos sus aportes.
Usen la imaginación.

Atentamente,
La Administración del Consejo

PD: A partir de este mes, se cambia el sistema de elección del mejor relato. En lugar de la votación pública utilizada en meses anteriores, se instituyó un jurado interno que decidirá por unanimidad cuál de los relatos enviados ha sido el de mejor factura, complejidad, originalidad y perfección técnica. La decisión del jurado será inapelable.

martes, 9 de agosto de 2011

Diario de un voluptócrata

El material que sigue a continuación me llegó de forma casual- vía correo electrónico- y si bien no es una ficción, se corresponde con la consigna del mes de julio. La comparto con Uds:

"En febrero de 2011, en las ruinas de Hotel Alex, dentro de un lavarropas, un ingeniero a las órdenes de BGT S.A. encontró el registro que sigue.
La toma interrumpía y suprimía por unos seis minutos la pista de audio de una cinta VHS en la que podía verse una película pornográfica norteamericana completa. El casete estaba etiquetado como "DIARIO DE UN VOLUPTÓCRATA"
El ingeniero, un tal Gómez, desapareció el miércoles 25 de mayo"


domingo, 31 de julio de 2011

Natalia, Emilio Moyano

A)

La puerta del baño se abrió. Natalia entró rápidamente, la volvió a cerrar, y le puso el pasador. Era un cuarto pequeño con cerámicos y sanitarios de color blanco. En una de las paredes, en lo alto, había una ventana por donde penetraba el resplandor de noviembre. Natalia se afirmó en los bordes del lavabo. Las gotas de sangre que caían de su nariz fueron cambiando de tamaño sobre la superficie de la porcelana hasta componer una mancha heterogénea. Dejó correr el agua, juntó las manos bajo el grifo, en forma de cuenco, y hundió allí su rostro. Cuando se miró después en el espejo, le costó comprender lo que estaba viendo; el pelo revuelto, los arañazos atravesándole el rostro, el tabique inflamado, la herida en los labios. Luego empezaron a oírse los gritos de Damián que lloraba, la insultaba y golpeaba la puerta del baño con desesperación. Abríme, decía, me estoy muriendo de calor… La puta que te parió, Natalia, abríme. Ella no le respondió. Sacó un puñado de algodón del botiquín, armó una especie de tampón y se lo puso en una de las fosas de la nariz.

Afuera se oían en un tono más bajo los llantos del bebé y el sonido del informativo en la televisión, sobre todo cuando Damián dejaba de gritar y golpear la puerta. Natalia, sin embargo, parecía abstraída, fuera del mundo y sus asonancias, inmersa en un abismo de intimidad. Así se mantuvo hasta que los reclamos se fueron apagando, los golpes en la madera de la puerta se convirtieron en ligeros rasguños y la voz se fue quedando sin aire. Entonces quitó el pasador y abrió la puerta. La mitad del cuerpo de Damián cayó sobre sus pies. Lo esquivó con cierta repugnancia tratando de no pisar en el charco de sangre que lo rodeaba, y se fue hacia al dormitorio. Allí todo estaba tal cual lo habían dejado al levantarse por la mañana, la cama destendida y la ropa tirada en el piso. Levantó de la cómoda unos lentes oscuros, luego buscó el monedero en la cocina, el cochecito con el bebé y salió en dirección de la calle.

Un vecino estaba parado junto a la verja. Escuché ruidos, dijo el hombre cubriéndose del sol con la palma de la mano. Ella bajó la vista como si nadie le hubiera hablado, apoyó uno de sus brazos en el coche del bebé y se puso a separar las llaves del manojo. ¿Pasó algo, nena?, agregó. Natalia no le respondió. Las palabras estaban al otro lado de la existencia, en un planeta oscuro y desconocido, la mandíbula le temblaba, de manera involuntaria, pero no podía decir nada. Entonces trató de apurarse, intentó acertar la llave en la cerradura. No le resultaba fácil. En ese mismo momento fue que la luz de la sirena se proyectó en los marcos de la puerta. A pesar del resplandor y la fluorescencia de la siesta, ella pudo distinguir –perfectamente– el brillo entre azul y celeste de la sirena.

B)

Natalia permanecía en una esquina de la sala sentada en el piso. Tenía un guardapolvo gris oscuro, el pelo corto al estilo de un varón y se balanceaba hacia adelante y hacia atrás con las manos entrelazadas sobre sus rodillas y la cabeza inclinada. Los cuatro oficiales se precipitaron sobre ella, la hicieron poner de pie; uno de ellos le amordazó la boca con varias vueltas de cinta de embalar y luego la llevaron –sin que ofreciera resistencia– hacia el galpón donde se guardaban los trastos y las herramientas.

En el interior había unos cuantos oficiales más y un niño de unos diez o doce años. Aunque su estatura apenas sobrepasaba el alto de la mesa, se comportaba como un mayor. Tenía el pelo engominado y estaba vestido con una camisa a rayas, un pantalón de gabardina azul, y zapatos negros acharolados. Desde cierta perspectiva, su imagen resultaba ridícula. La culata de un revólver le asomaba de la cintura, estaba encajada entre su estómago y la pretina del pantalón. Apenas Natalia pasó por su lado, el pequeño se quitó los anteojos de sol que llevaba puesto, y la siguió con la mirada dedicándole un extraño gesto de frialdad.

Los oficiales la empujaron contra el rincón, cerca de los caballetes y el tablón de madera donde estaba la cortadora de fiambres, una máquina bastante vieja, de ésas a manija, de color roja. Deberían sacarle la cinta, dijo el niño, así no va a poder decirnos adónde están los otros. Los oficiales prosiguieron con su trabajo, sin responder, y comenzaron a girar el disco de la cuchilla, que aunque estaba un poco oxidado funcionaba a la perfección. No tiene sentido, le contestó el oficial que parecía ser el de mayor importancia, en estos momentos siempre dicen cualquier cosa, no nos va a servir… Natalia ensayó algunos movimientos en el afán de quitarse aquellos hombres de encima, pero no fueron más que simples reflejos, luego dejó que le acercaran lentamente su mano a la cuchilla. Además, continuó el oficial, lo que importa es el símbolo, jefe, nada más. Después miró a sus compañeros, que mantenían aferrados con firmeza los dedos de la prisionera, y les hizo una señal con la frente. Una extraña señal con la frente, una muestra inmaterial de lo que estaba por suceder.

Desquicio, Vanesa Julia

Mirando por la ventana del camarote se imaginaba la lluvia caer. Afuera, la oscuridad parecía haber devorado el mundo entero. El traqueteo de las ruedas sobre los rieles se confundía con el ruido metálico de las gotas de agua al chocar contra el armatoste de hierro. Cuando el cielo se iluminaba surcado por una serpiente de luz, su rostro aparecía reflejado en el vidrio como el de un espectro: difuso, pálido, etéreo.

Esa madrugada de aguacero y angustia, no muchos pasajeros habían decidido viajar en tren: una pareja de novios, un hombre de capote y maletín, una señora con un bebé en brazos, un matrimonio con sus dos chiquillos revoltosos, una mujer más de pelos enmarañados y ella: solitaria, ojerosa, desgreñada.

En la primera hora de viaje, había intentado leer algo, pero las palabras de las páginas del libro que tenía sobre su regazo se escurrían de su mente como la arena lo hace entre los dedos. Al final, había desistido, había apagado la luz y había intentado conciliar el sueño. Sin embargo, tampoco lo había logrado y se había conformado con mirar la oscuridad.

Luego de un momento, comenzó a escuchar un golpeteo proveniente del camarote contiguo. Agudizó el oído y percibió que no era un movimiento violento y espasmódico sino más bien rítmico y pausado. Recordó que ese compartimento había sido ocupado por la pareja de novios y cuando, a través de la metálica pared, comenzaron a llegarle casi inaudibles gemidos de placer que luego se transformaron en gritos jadeantes, entendió lo que sucedía.

En un primer momento, tuvo un acceso de irritabilidad: degenerados, desubicados, depravados. Pero luego, admitiéndose puritana y frígida, pensó que, aunque sea, alguien había encontrado la mejor forma a su alcance para pasar una noche de viaje lluviosa en un tren casi desolado.

Con todos esos pensamientos estaba, cuando un grito -ya no de placer, sino de horror- la sacó de su ensimismamiento. Objetos que cayeron al piso. Súplicas. Sollozos. Silencio.

La tensión crispó el ambiente. Su respiración se aceleró. Sus sentidos se estremecieron ¿Qué había sucedido en el camarote contiguo? ¿Qué era lo mejor que podía hacer: aguardar o ir a ver lo que había sucedido? Del otro lado no llegaba ninguna señal de existencia humana posible. Hasta que pudo cerciorarse de que alguien se había parado frente a su puerta. Podía ver su sombra colándose por la rendija.

Su cuerpo empezó a temblar y no pudo evitar que sus dientes chirriasen, que sus ojos se humedecieran y lloraran. El tiempo pareció suspendido. Su vista se clavó en el rectángulo negro. Detrás de él algo la acechaba y la presentía: la veía sin ver, la olía sin oler, la palpaba sin palpar.

Sin embargo, luego de unos segundos, la rendija de la puerta dejó pasar la luz brillante y blanquecina en toda su extensión. Aquel que con anterioridad se detuviera frente a su camarote, ahora dirigía sus pasos al vagón contiguo.

Dejó pasar unos minutos, tal vez fueron horas, para salir al pasillo. Miró a un lado y al otro. No pudo distinguir a nadie. Su corazón galopaba dentro de su pecho. Pudo observar que la puerta del camarote siguiente al suyo se encontraba entreabierta. El picaporte estaba cubierto con huellas de sangre. No tuvo el valor de entrar.

Dirigió sus pasos desasosegados a los vagones traseros. Su mente se encontraba entumecida. En el pasillo del último vagón, el maletín del señor de capote se encontraba tirado en el piso. Se había abierto y los papeles que contenía se habían desparramado. Un charco de sangre espesa se deslizaba desde uno de los compartimentos. Al tratar de cruzarlo, sus pies se mancharon con la ignominia de la muerte dejando, en cada pisada, un reguero de estampas rojas.

Salió por la escotilla del último vagón al aire puro y helado de la noche. La lluvia caía sobre su rostro como latiguitos en el lomo de un animal. Las vías del tren pasaban rápidas por debajo de ella. Debía saltar o morir a manos de un desquiciado. Y el momento en que lo decidió fue el justo. Detrás de sí se abría la puerta y aquél intentaba sujetarla, para vaya a saber qué, sin poder lograrlo.

El tren se detuvo en la estación más próxima. Era una parada habitual en su recorrido. Los pasajeros comenzaron a descender uno a uno. La pareja de novios, tomados de la mano, se sentó en un banco de la explanada. El señor de capote y maletín había podido ordenar sus papeles desparramados por la carrera alienada de la desgraciada muchacha. En su mente, la figura de la mujer yaciendo en los rieles era una constante. No había podido sujetarla lo suficiente y no debía culparse por eso. Los demás se habían desparramado por el lugar.

Antes de partir nuevamente, un agente de la policía había interrogado uno a uno a los pasajeros y les había comunicado que la chica, al caer del tren, había dado con la cabeza en una piedra y había muerto en el acto. Todos los testimonios versaban sobre el comportamiento extraño y perturbado, las frases incoherentes y divagantes de la muchacha. La hipótesis más fuerte de la causa era el suicidio.

martes, 26 de julio de 2011

El patio de Boris, Flor Meineri

En el patio de Boris las cosas babean y el sol de las tardes no es precisamente amarillo.
La escasa brisa que se golpea contra las ventanas parece tener algo en sí misma, algo que activa los olfatos de los infantes que salen de primer grado de la escuela barrial. Ellos podrían ir tras chupetines de mil colores o tras el idiota disfrazado de conejo que se para desde las cinco de la tarde en la esquina de la plaza, pero no, ellos prefieren aquel lugar.

Y
en el piso del patio, allá junto a la fuentecita con rostro de león yace una pequeña dama a la que nunca se le han visto los ojos.
Alguien puede escuchar que tararea una canción de cuna tan antigua como el patio.
“Auf einem Baum ein Kuckuck
Simsaladim, bamba
Saladu saladim
Auf einem baum ein Kuckuck saß…”

Y por las tardes los niños se acomodan alrededor de la mujer que nunca deja
ver su rostro para que ella les cante en esa lengua germánica. Después atraviesan un sueño tan hermoso que nada ni nadie es capaz de despertarlos hasta que el sueño acabe.
La mujer cantante del rincón echa un vistazo a los niños. Éstos están encadenados al sueño, ya no podrán despertarse de ninguna forma. Los contempla, los acaricia, los desea con sexual bravura.
La mujer rápidamente los embolsa y posteriormente los introduce por cada orificio que tenga en su menudo cuerpo. Pedazos de tripas y extremidades apareciendo de entre sus muslos, cabelleras platinadas amohosándose por sus oscuras fosas nasales.
Ella es tan gentil que no quiere que sus niños vuelvan a ver el mundo exterior y la cruel realidad. Entonces los guarda en sus adentros.
La sin-ojos eructa. Reina el silencio. La digestión dura hasta que Boris, el dueño del patio le enseñe a su monstruo la canción en alemán.
“Auf einem Baum ein Kuckuck…” y ahí va de nuevo.
Y Boris se sienta otra vez en su silla mecedora de frente a la hierba y a las flores y por supuesto a la mujer que ahora le muestra los incandescentes ojos que no tiene.
Pero esta tarde Boris ha despertado de su reconfortante siesta y ya no recuerda esa canción de cuna del coco. Es más, ya casi ni recuerda cómo se mudo allí en el 74 ni cuál fue su último empleo antes de retirarse. En pocas palabras, le han vaciado la memoria.
En este ultimo tiempo, los vecinos reportaron ruidos molestos provenientes del patio de Boris.
Cuando la policía llego al lugar se toparon con un panorama circense: un hombre de edad tirado sobre la hierba completamente desnudo. Tenía marcas en su cuerpo, rasguños, desgarros y laceraciones. Todavía respiraba. Pero lo que dejó atónitos a los oficiales fue comprobar que su cabeza estaba recubierta por un humor espeso que no llegaba a ser líquido.
Los peritos adujeron que la victima había sido utilizada como elemento para la masturbación.

Claro, Boris no era un niño. La mujer sin-ojos lo había devuelto al mundo exterior. Después de todo si lo dejaba dentro, ¿quién le enseñaría la tierna canción de cuna todos los días para repetirla en su repertorio?
Ella tenía que seguir atrayendo más de aquellos pequeños que tan deliciosos sabían. Boris ya había recibido su merecido.

lunes, 25 de julio de 2011

Las reglas del juego, Catalina Adriana Giménez

Se sienta en el bar con la cabeza apoyada en la pared mientras juega con la servilleta...unos números comienzan a borrarse, así que saca el celular y lo agenda...antes de que desaparezcan del todo, piensa. No le gusta la música que han puesto. Calamaro no debiera cantar tangos jamás. Pero deja de prestarle atención cuando el mozo coloca el café sobre la mesa...flaco, feo y depresivo por donde se lo mire..."Ni el tiro del final le va a salir".
Ni el tiro del final, que se va a quedar trabado en alguna horqueta de esas que le hace la vida cada vez que intenta doblar para no estrolarse contra la pared.
La vida se le ha vuelto asquerosamente aburrida, el desamor-amor-juego-sexo-otra vez desamor, lo ha vuelto cínico, ácido y hasta depravado.
El celular empieza a vibrar y lee el mensaje y sabe que se tendrá que tomar el café a los apurones ahora que la minita le ha llamado para que vaya a su casa a tomar un trago.

Mastica el chicle con desgano, busca un porro en el bolsillo de adentro de la campera, se excita pensando en lo que le va a hacer a la yegüita. El único modo de llegar a algo que le queda. Inventa unos versos en inglés para distraerse y sube al auto.

La mano se desliza por debajo de la camisa y siente el aliento de ella en su cuello, la lengua de ella juega, mientras la mano bajo ahora hasta su sexo.
La reacción es inmediata, bendito porro, y cuando está dispuesto a tomarla de la cabeza para que lo chupe, siente el pinchazo y entonces vomita sobre la alfombra y sobre el sillón y entonces le mira los ojos absolutamente verdes, absolutamente vacíos, absolutamente fríos...
Intenta tomarse de algo pero su cuerpo cae pesado a un pozo, se toma del borde del pozo, ella le sonríe.
Ella es amable, piensa, menos mal que está ella acá, que le acomoda unos almohadones debajo de la cabeza.
Se ha olvidado del pinchazo y entonces se putea, aunque no le sale una puta palabra, mala combinación alcohol y porro y sexo...o mala combinación, sólo mala combinación de ir a la casa de la minita que le dijo que era virgen y él hace por lo menos quince años que no tiene idea de lo que es una virgen y pensar en dejarla aullando le resultó todo un desafío ...y ahora piensa que con esas manos y esa lengua ésta es tan virgen como Madonna.
Ella ahora le toma la cara y lo besa tibio, y le seca la baba que le cae por el costado derecho.
Mientras que una mano, (¿la misma mano?) empieza a moverse como serpiente por su cuerpo.
Y la siente viscosa..
Y la piensa viscosa...
Ya no sabe si la siente o la piensa viscosa.
Sólo puede mover los ojos.
Sabe que tiene que cerrarlos porque así parece que se siente menos.
O se siente más...siente que eyacula...o sueña que eyacula.
Ve que la parte viscosa de ella se ríe, ve que la parte virgen de ella llora. Pero después las dos se juntan y ve que las dos bailan, la puta y la virgen bailan.
Y de pronto están entre sus piernas.
Pero no siente nada.
La mierda!, piensa, Estoy llorando...piensa...siente...quiere.
Puede ver la luz azul de la habitación. Puede ver el cabellos cobre de ella entre sus piernas por el espejo del costado-.
Algo le duele. Algo que siente-duele-piensa.

Los almohadones empiezan a moverse debajo de él, lo sacuden un poco hasta la puerta y los almohadones empiezan a asfixiarlo y la virgen y la puta lo levantan de nuevo y lo liberan de la asfixia, y las dos le sonríen.
El vestido corto de seda de las dos le roza el pecho. Siente-quiere- azul y cobre y negro-azul-cobre. Y quema.
Esta vez quema-duele-piensa-siente-quiere.
Un grito.
Un grito mudo duele-piensa-duerme.


- Otro mutilado más que llega al hospital- escucha mientras los almohadones se acomodan baja su espalda.
La luz blanca, muy blanca, le chorrea por la piernas.
Y en el minuto final se duerme. Y piensa-siente-se jura "Ésta es la última mina que me transo".

"Éste no le caga la vida a ninguna otra" piensa la virgen puta. "Sin ánimos de venganza, ¿eh?, sólo son la reglas del juego, que ahora sí está bien explícito".
Se sirve el malbec en la copa, sacude la melena cobre y busca en el celular el número de....

miércoles, 13 de julio de 2011

Le Grain, Madame Elephante


…Si acaso los relojes

tuvieran

conciencia de sí

mismos…


Aquí estoy consumiéndome, sumido en el interior de un gran reloj, mí vida es corta y a la vez eterna. Mí vida dura muchas de otras vidas. Soy uno, formo parte de un todo, un gran frasco con enormes y marcadas curvas.

Desde aquí he visto cosas inimaginables, incluso para mí, aunque ya las haya presenciado y me resulten ahora triviales.

Una de mis vidas, recuerdo, fue en la mesa de un gran soñador que terminó en el suicidio. Él siempre llegaba y se sentaba en su silla, sacaba unas hojas, hacía entrar a su habitación mujeres íntegramente desnudas, y pasaba noches de desvelo admirando su figura y copiándolas en sus hojas. Un día llegó sumamente descontrolado, lloraba sin consuelo alguno (si hubiese podido salir de allí…), el pobre hombre susurró un nombre, Margarita y hundió en puñal en su corazón.

De allí dormí por un tiempo (¡qué irónico!). En una casa de antigüedades hasta que un hombre me llevó a su casa. Hubiese deseado nunca ir con él, recuerdo que ambos parecían conformes con la compra, hasta que comenzó a hablarme. Era un escritor, un hombre de la vida sucia, borracho y fumaba en unas pipas que cuando las encendía, éstas me hacían olvidar mi función de grano de arena.

Este comenzaba a acercarse lentamente hacía el vidrio, luego lo examinaba y finalmente comenzaba:

Reloj que mides mí tiempo no dejaré que de horas te hagas.

Darás vueltas y vueltas

Te perderás en infinidades de cuentos y poemas

Quedarán atrapados tus granos eternamente

Sirviéndome de musas.

Luego prendía su pipa y su humo envolvía mi hogar. Finalmente me despertaba siendo algún personaje. Recuerdo bien uno que casi me exterminó.

El escritor me situó en algún futuro que inventó. Me llevó hacia él. Entonces recuerdo que levanté un diario y caminaba entre la gente que me chocaba, estaban todos desesperados. Empezaban a hablarme, a gritarme a tironearme y yo allí sin poder hacer nada. Sentía cómo mis oídos estaban por explotar, cómo mi cerebro gritaba auxilio. Luego me encadenó en una habitación donde todos vestían de blanco.

Al otro día estaba aterrorizado. No sabía a qué me sometería esta vez ese maldito. Entonces llegaba la noche y volvía a su tarea.

Ahora son hombres con libretas en las manos y no cesan de mirarme y hacer comentarios. Presiento que saldré corriendo y me abalanzaré contra uno de ellos. Su mano no para de escribir. Será imposible.

Tal cómo lo sospeché, me golpearon demasiado para hacer algo de memoria, pero no dio resultado.

Me ha hecho salir de allí, me ha subido a una torre y estoy con una mujer. Siento un extraño deseo de asesinarla. De sacarle esos hermosos ojos y guardarlos en un frasco de formol. Lo estoy haciendo, lo he hecho. ¡Lo he hecho!

Su pluma se ha detenido, sin embargo yo estoy sometido a un desconocido e inevitable destino. No obstante, pronto llegará el día de su muerte, porque tiene el poder de llevarme a su imaginación y pronto seré yo quién esté en su realidad y con mi mano empuñe un gran mazo, y sus ideas quedaran desparramadas por toda su habitación. Yo estaré tranquilo entonces.