domingo, 9 de octubre de 2011
Lluvia ácida, por Verónica Sacur Ysaya
domingo, 2 de octubre de 2011
Inti ha tenido una nueva pesadilla, por Tomás Idao Gesel
Inti ha tenido una nueva pesadilla, ya no es más la gota de agua suspendida en la canilla del lavadero, ni el paseo nocturno debajo de las parras de la casona rosada en la que siempre acababa por orinarse.
sábado, 1 de octubre de 2011
CONSIGNA OCTUBRE 2011
Mandanos el relato de tu peor pesadilla.
En lo posible, con algo de forma.
La extensión es a libre albedrío.
Enviar los textos a cezarynovek@gmail.com
Adjuntar una foto del autor.
Atte. La Administración del Concejo
PD: La consigna estará vigente hasta el 31 de octubre a la medianoche.
PD: En unos días se publica el ganador del mes de Agosto.
domingo, 11 de septiembre de 2011
Trámite pendiente, Valentina Vidal
jueves, 1 de septiembre de 2011
CONSIGNA SETIEMBRE 2011
La consigna de este mes tiene como tema la iniciación, entendida como una transición de un status a otro (puede ser iniciación sexual, laboral, espiritual o de la índole que sea). Debe incluirse en el relato (de forma directa o tangencial, pero tiene que estar) el temor a la naturaleza como elemento avasallante, invasivo.
Extensión: mínima, 400 palabras; máxima, 900.
El plazo de recepción para los relatos escritos según esta consigna es hasta el 30 de Octubre de 2011.
Una vez terminado y revisado, deben enviar el relato junto con una foto del autor a cezarynovek@gmail.com
Sorpréndannos.
RELATO GANADOR DEL MES DE JULIO
Este mes, nuestro jurado secreto ha deliberado mucho y, como resultado, se ha decidido que el relato ganador del mes de Julio- por concisión, ejecución técnica y manejo del suspenso-es Natalia, de Emilio Moyano.
Según las normas de la casa, no solemos premiar más de un relato. Pero en este caso haremos una excepción, para darle una mención en segundo lugar-por la originalidad del tema y la horrorosa atmósfera- a El patio de Boris, de Flor Meineri.
miércoles, 31 de agosto de 2011
Firmamento, Vanesa Juliá
lunes, 29 de agosto de 2011
Ariadna/El diario de Isadora, Catalina Adriana Giménez
Leyeron alguna vez El diario de Isadora? Parece sólo un cuentito. Pero no tienen alguien que desearían que desapareciera pero les falta el valor de cobrarse su vida a cuenta de las suyas, las que les han ido chupando secándoles el seso?.
Cada mañana despierto deseando que haya desaparecido de su cama. Pero la muy zorra duerme a pata suelta, seguramente soñando con todas las mierdas que se ha mandado. No sé cómo alguien puede soportarla todavía. Cómo sus compañeros de trabajo, su familia, sus amigas, no se han dado cuenta de quién es en realidad.
Me salgo de la cama y veo mis manos retorciéndole el puto cogote. Y mientras preparo el desayuno la cuchilla de rebanar el pan la corta en fetitas bien finitas, para hacer los sandwiches de pan lactal que le gustan a esta perra, puta de mierda…
-No la dejés escapar! Imbécil! Agarrala de las patas, pero que no se salga del círculo!
No puedo hacerlo…no se da cuenta de que no puedo ?
-Para qué carajo me llamaste si sos un mariconazo? Esto es así. O lo hacemos juntos o ni modo. Hey, pelotudo! Te estoy hablando…qué hacés mirándola así. Te cagó la vida, la vieja de mierda te cagó la vida. No me has dicho eso todo este tiempo?.
La miro. Ariadna está vestida de negro con la capa violeta que arrastra por el piso del comedor.
-Si para que lo nuestro funcione hace falta que ésta desaparezca, desaparece. Estoy harta de que no funciones en la cama pensando en tu trauma. O no querés que se te pare más? MIRAME, CARAJO! Te estoy hablando a vos…Dejá de mirarla!
La capa la envuelve por completo y entonces repito con ella las palabras que harán que mi tormento termine por fin. Hago todo lo que Ariadna me dijo que tengo que hacer.
Tomo la sangre…un asco…quiero vomitar pero la mirada de acero de mi novia me frena en seco. La capa…qué extraños colores hay en la habitación.
_ Dale! Levantá ahora el puñal y repetí lo que yo diga!
Por fin… al fin me libraré de ella. Para siempre…
Nunca más sus manos metiéndose por mis pantalones, nunca más en su cama con la excusa del miedo porque el viejo la dejó…Nunca más su perfume en mis narices…Nunca más su sonrisa burlona…Nunca más :- Ninguna te va a querer así, lo sabés? Ninguna… porque el amor es peor que una puta. El amor es una mentira que te vuelve tarado para que otra te domine. Por eso te quiero así…lo entendés?
Cierro los ojos, levanto el puñal, repito las palabras de Ariadna, la veo sonriendo envuelta en su capa violeta. Tan hermosa, tan enigmática, tan talentosa y tan sabia. Tan…
Cierro los ojos y repito con más fuerza aún las frases finales…no sé muy bien qué significan, pero sé que me abren las puertas del laberinto…Ariadna…Ariadna…
Ahora todo terminó. Por fin todo terminó.
Respiro aliviado. La desato despacito para no hacerle daño y le peino con mis dedos su pelo castaño.
-Ya está vieja. Ya terminó todo. Por fin soy libre…
Ariadna, tendida en el piso, la capa violeta envolviéndola y sus ojos abiertos mirándome desde la muerte.
Ella, tan sabia y entendida…NO entendió nada esta vez.
Levanto a mi vieja y me salgo del departamento. Nadie jamás nos volverá a separar.
jueves, 11 de agosto de 2011
CONSIGNA AGOSTO 2011
Debido a causas de fuerza mayor, la publicación de la consigna de este mes vino con algo de demora pero incluyendo un par de novedades.
Para participar de nuestro humilde refugio durante el mes de Agosto, las condiciones son las siguientes:
Tema: Incesto.
Extensión: entre 500 y 1000 palabras.
Incluir al menos 2 historias que pueden unirse entre sí o no, pero deben guardar algún tipo de relación (semejanza, analogía, contraste, lo que sea)
El crimen y el esoterismo deben estar presentes junto al tópico del incesto.
Una vez terminado y debidamente revisado, enviar el texto y una foto del autor a
cezarynovek@gmail.com
Esperamos sus aportes.
Usen la imaginación.
Atentamente,
martes, 9 de agosto de 2011
Diario de un voluptócrata
"En febrero de 2011, en las ruinas de Hotel Alex, dentro de un lavarropas, un ingeniero a las órdenes de BGT S.A. encontró el registro que sigue.
La toma interrumpía y suprimía por unos seis minutos la pista de audio de una cinta VHS en la que podía verse una película pornográfica norteamericana completa. El casete estaba etiquetado como "DIARIO DE UN VOLUPTÓCRATA"
El ingeniero, un tal Gómez, desapareció el miércoles 25 de mayo"
domingo, 31 de julio de 2011
Natalia, Emilio Moyano
La puerta del baño se abrió. Natalia entró rápidamente, la volvió a cerrar, y le puso el pasador. Era un cuarto pequeño con cerámicos y sanitarios de color blanco. En una de las paredes, en lo alto, había una ventana por donde penetraba el resplandor de noviembre. Natalia se afirmó en los bordes del lavabo. Las gotas de sangre que caían de su nariz fueron cambiando de tamaño sobre la superficie de la porcelana hasta componer una mancha heterogénea. Dejó correr el agua, juntó las manos bajo el grifo, en forma de cuenco, y hundió allí su rostro. Cuando se miró después en el espejo, le costó comprender lo que estaba viendo; el pelo revuelto, los arañazos atravesándole el rostro, el tabique inflamado, la herida en los labios. Luego empezaron a oírse los gritos de Damián que lloraba, la insultaba y golpeaba la puerta del baño con desesperación. Abríme, decía, me estoy muriendo de calor… La puta que te parió, Natalia, abríme. Ella no le respondió. Sacó un puñado de algodón del botiquín, armó una especie de tampón y se lo puso en una de las fosas de la nariz.
Afuera se oían en un tono más bajo los llantos del bebé y el sonido del informativo en la televisión, sobre todo cuando Damián dejaba de gritar y golpear la puerta. Natalia, sin embargo, parecía abstraída, fuera del mundo y sus asonancias, inmersa en un abismo de intimidad. Así se mantuvo hasta que los reclamos se fueron apagando, los golpes en la madera de la puerta se convirtieron en ligeros rasguños y la voz se fue quedando sin aire. Entonces quitó el pasador y abrió la puerta. La mitad del cuerpo de Damián cayó sobre sus pies. Lo esquivó con cierta repugnancia tratando de no pisar en el charco de sangre que lo rodeaba, y se fue hacia al dormitorio. Allí todo estaba tal cual lo habían dejado al levantarse por la mañana, la cama destendida y la ropa tirada en el piso. Levantó de la cómoda unos lentes oscuros, luego buscó el monedero en la cocina, el cochecito con el bebé y salió en dirección de la calle.
Un vecino estaba parado junto a la verja. Escuché ruidos, dijo el hombre cubriéndose del sol con la palma de la mano. Ella bajó la vista como si nadie le hubiera hablado, apoyó uno de sus brazos en el coche del bebé y se puso a separar las llaves del manojo. ¿Pasó algo, nena?, agregó. Natalia no le respondió. Las palabras estaban al otro lado de la existencia, en un planeta oscuro y desconocido, la mandíbula le temblaba, de manera involuntaria, pero no podía decir nada. Entonces trató de apurarse, intentó acertar la llave en la cerradura. No le resultaba fácil. En ese mismo momento fue que la luz de la sirena se proyectó en los marcos de la puerta. A pesar del resplandor y la fluorescencia de la siesta, ella pudo distinguir –perfectamente– el brillo entre azul y celeste de la sirena.
B)
Natalia permanecía en una esquina de la sala sentada en el piso. Tenía un guardapolvo gris oscuro, el pelo corto al estilo de un varón y se balanceaba hacia adelante y hacia atrás con las manos entrelazadas sobre sus rodillas y la cabeza inclinada. Los cuatro oficiales se precipitaron sobre ella, la hicieron poner de pie; uno de ellos le amordazó la boca con varias vueltas de cinta de embalar y luego la llevaron –sin que ofreciera resistencia– hacia el galpón donde se guardaban los trastos y las herramientas.
En el interior había unos cuantos oficiales más y un niño de unos diez o doce años. Aunque su estatura apenas sobrepasaba el alto de la mesa, se comportaba como un mayor. Tenía el pelo engominado y estaba vestido con una camisa a rayas, un pantalón de gabardina azul, y zapatos negros acharolados. Desde cierta perspectiva, su imagen resultaba ridícula. La culata de un revólver le asomaba de la cintura, estaba encajada entre su estómago y la pretina del pantalón. Apenas Natalia pasó por su lado, el pequeño se quitó los anteojos de sol que llevaba puesto, y la siguió con la mirada dedicándole un extraño gesto de frialdad.
Los oficiales la empujaron contra el rincón, cerca de los caballetes y el tablón de madera donde estaba la cortadora de fiambres, una máquina bastante vieja, de ésas a manija, de color roja. Deberían sacarle la cinta, dijo el niño, así no va a poder decirnos adónde están los otros. Los oficiales prosiguieron con su trabajo, sin responder, y comenzaron a girar el disco de la cuchilla, que aunque estaba un poco oxidado funcionaba a la perfección. No tiene sentido, le contestó el oficial que parecía ser el de mayor importancia, en estos momentos siempre dicen cualquier cosa, no nos va a servir… Natalia ensayó algunos movimientos en el afán de quitarse aquellos hombres de encima, pero no fueron más que simples reflejos, luego dejó que le acercaran lentamente su mano a la cuchilla. Además, continuó el oficial, lo que importa es el símbolo, jefe, nada más. Después miró a sus compañeros, que mantenían aferrados con firmeza los dedos de la prisionera, y les hizo una señal con la frente. Una extraña señal con la frente, una muestra inmaterial de lo que estaba por suceder.
Desquicio, Vanesa Julia
Mirando por la ventana del camarote se imaginaba la lluvia caer. Afuera, la oscuridad parecía haber devorado el mundo entero. El traqueteo de las ruedas sobre los rieles se confundía con el ruido metálico de las gotas de agua al chocar contra el armatoste de hierro. Cuando el cielo se iluminaba surcado por una serpiente de luz, su rostro aparecía reflejado en el vidrio como el de un espectro: difuso, pálido, etéreo.
Esa madrugada de aguacero y angustia, no muchos pasajeros habían decidido viajar en tren: una pareja de novios, un hombre de capote y maletín, una señora con un bebé en brazos, un matrimonio con sus dos chiquillos revoltosos, una mujer más de pelos enmarañados y ella: solitaria, ojerosa, desgreñada.
En la primera hora de viaje, había intentado leer algo, pero las palabras de las páginas del libro que tenía sobre su regazo se escurrían de su mente como la arena lo hace entre los dedos. Al final, había desistido, había apagado la luz y había intentado conciliar el sueño. Sin embargo, tampoco lo había logrado y se había conformado con mirar la oscuridad.
Luego de un momento, comenzó a escuchar un golpeteo proveniente del camarote contiguo. Agudizó el oído y percibió que no era un movimiento violento y espasmódico sino más bien rítmico y pausado. Recordó que ese compartimento había sido ocupado por la pareja de novios y cuando, a través de la metálica pared, comenzaron a llegarle casi inaudibles gemidos de placer que luego se transformaron en gritos jadeantes, entendió lo que sucedía.
En un primer momento, tuvo un acceso de irritabilidad: degenerados, desubicados, depravados. Pero luego, admitiéndose puritana y frígida, pensó que, aunque sea, alguien había encontrado la mejor forma a su alcance para pasar una noche de viaje lluviosa en un tren casi desolado.
Con todos esos pensamientos estaba, cuando un grito -ya no de placer, sino de horror- la sacó de su ensimismamiento. Objetos que cayeron al piso. Súplicas. Sollozos. Silencio.
La tensión crispó el ambiente. Su respiración se aceleró. Sus sentidos se estremecieron ¿Qué había sucedido en el camarote contiguo? ¿Qué era lo mejor que podía hacer: aguardar o ir a ver lo que había sucedido? Del otro lado no llegaba ninguna señal de existencia humana posible. Hasta que pudo cerciorarse de que alguien se había parado frente a su puerta. Podía ver su sombra colándose por la rendija.
Su cuerpo empezó a temblar y no pudo evitar que sus dientes chirriasen, que sus ojos se humedecieran y lloraran. El tiempo pareció suspendido. Su vista se clavó en el rectángulo negro. Detrás de él algo la acechaba y la presentía: la veía sin ver, la olía sin oler, la palpaba sin palpar.
Sin embargo, luego de unos segundos, la rendija de la puerta dejó pasar la luz brillante y blanquecina en toda su extensión. Aquel que con anterioridad se detuviera frente a su camarote, ahora dirigía sus pasos al vagón contiguo.
Dejó pasar unos minutos, tal vez fueron horas, para salir al pasillo. Miró a un lado y al otro. No pudo distinguir a nadie. Su corazón galopaba dentro de su pecho. Pudo observar que la puerta del camarote siguiente al suyo se encontraba entreabierta. El picaporte estaba cubierto con huellas de sangre. No tuvo el valor de entrar.
Dirigió sus pasos desasosegados a los vagones traseros. Su mente se encontraba entumecida. En el pasillo del último vagón, el maletín del señor de capote se encontraba tirado en el piso. Se había abierto y los papeles que contenía se habían desparramado. Un charco de sangre espesa se deslizaba desde uno de los compartimentos. Al tratar de cruzarlo, sus pies se mancharon con la ignominia de la muerte dejando, en cada pisada, un reguero de estampas rojas.
Salió por la escotilla del último vagón al aire puro y helado de la noche. La lluvia caía sobre su rostro como latiguitos en el lomo de un animal. Las vías del tren pasaban rápidas por debajo de ella. Debía saltar o morir a manos de un desquiciado. Y el momento en que lo decidió fue el justo. Detrás de sí se abría la puerta y aquél intentaba sujetarla, para vaya a saber qué, sin poder lograrlo.
El tren se detuvo en la estación más próxima. Era una parada habitual en su recorrido. Los pasajeros comenzaron a descender uno a uno. La pareja de novios, tomados de la mano, se sentó en un banco de la explanada. El señor de capote y maletín había podido ordenar sus papeles desparramados por la carrera alienada de la desgraciada muchacha. En su mente, la figura de la mujer yaciendo en los rieles era una constante. No había podido sujetarla lo suficiente y no debía culparse por eso. Los demás se habían desparramado por el lugar.
Antes de partir nuevamente, un agente de la policía había interrogado uno a uno a los pasajeros y les había comunicado que la chica, al caer del tren, había dado con la cabeza en una piedra y había muerto en el acto. Todos los testimonios versaban sobre el comportamiento extraño y perturbado, las frases incoherentes y divagantes de la muchacha. La hipótesis más fuerte de la causa era el suicidio.
martes, 26 de julio de 2011
El patio de Boris, Flor Meineri
La escasa brisa que se golpea contra las ventanas parece tener algo en sí misma, algo que activa los olfatos de los infantes que salen de primer grado de la escuela barrial. Ellos podrían ir tras chupetines de mil colores o tras el idiota disfrazado de conejo que se para desde las cinco de la tarde en la esquina de la plaza, pero no, ellos prefieren aquel lugar.
Y en el piso del patio, allá junto a la fuentecita con rostro de león yace una pequeña dama a la que nunca se le han visto los ojos.
Alguien puede escuchar que tararea una canción de cuna tan antigua como el patio.
“Auf einem Baum ein Kuckuck
Simsaladim, bamba
Saladu saladim
Auf einem baum ein Kuckuck saß…”
Y por las tardes los niños se acomodan alrededor de la mujer que nunca deja ver su rostro para que ella les cante en esa lengua germánica. Después atraviesan un sueño tan hermoso que nada ni nadie es capaz de despertarlos hasta que el sueño acabe.
La mujer cantante del rincón echa un vistazo a los niños. Éstos están encadenados al sueño, ya no podrán despertarse de ninguna forma. Los contempla, los acaricia, los desea con sexual bravura.
La mujer rápidamente los embolsa y posteriormente los introduce por cada orificio que tenga en su menudo cuerpo. Pedazos de tripas y extremidades apareciendo de entre sus muslos, cabelleras platinadas amohosándose por sus oscuras fosas nasales.
Ella es tan gentil que no quiere que sus niños vuelvan a ver el mundo exterior y la cruel realidad. Entonces los guarda en sus adentros.
La sin-ojos eructa. Reina el silencio. La digestión dura hasta que Boris, el dueño del patio le enseñe a su monstruo la canción en alemán.
“Auf einem Baum ein Kuckuck…” y ahí va de nuevo. Y Boris se sienta otra vez en su silla mecedora de frente a la hierba y a las flores y por supuesto a la mujer que ahora le muestra los incandescentes ojos que no tiene.
Pero esta tarde Boris ha despertado de su reconfortante siesta y ya no recuerda esa canción de cuna del coco. Es más, ya casi ni recuerda cómo se mudo allí en el 74 ni cuál fue su último empleo antes de retirarse. En pocas palabras, le han vaciado la memoria.
En este ultimo tiempo, los vecinos reportaron ruidos molestos provenientes del patio de Boris.
Cuando la policía llego al lugar se toparon con un panorama circense: un hombre de edad tirado sobre la hierba completamente desnudo. Tenía marcas en su cuerpo, rasguños, desgarros y laceraciones. Todavía respiraba. Pero lo que dejó atónitos a los oficiales fue comprobar que su cabeza estaba recubierta por un humor espeso que no llegaba a ser líquido.
Los peritos adujeron que la victima había sido utilizada como elemento para la masturbación.
Claro, Boris no era un niño. La mujer sin-ojos lo había devuelto al mundo exterior. Después de todo si lo dejaba dentro, ¿quién le enseñaría la tierna canción de cuna todos los días para repetirla en su repertorio?
Ella tenía que seguir atrayendo más de aquellos pequeños que tan deliciosos sabían. Boris ya había recibido su merecido.
lunes, 25 de julio de 2011
Las reglas del juego, Catalina Adriana Giménez
Ni el tiro del final, que se va a quedar trabado en alguna horqueta de esas que le hace la vida cada vez que intenta doblar para no estrolarse contra la pared.
El celular empieza a vibrar y lee el mensaje y sabe que se tendrá que tomar el café a los apurones ahora que la minita le ha llamado para que vaya a su casa a tomar un trago.
Mastica el chicle con desgano, busca un porro en el bolsillo de adentro de la campera, se excita pensando en lo que le va a hacer a la yegüita. El único modo de llegar a algo que le queda. Inventa unos versos en inglés para distraerse y sube al auto.
La mano se desliza por debajo de la camisa y siente el aliento de ella en su cuello, la lengua de ella juega, mientras la mano bajo ahora hasta su sexo.
La reacción es inmediata, bendito porro, y cuando está dispuesto a tomarla de la cabeza para que lo chupe, siente el pinchazo y entonces vomita sobre la alfombra y sobre el sillón y entonces le mira los ojos absolutamente verdes, absolutamente vacíos, absolutamente fríos...
Intenta tomarse de algo pero su cuerpo cae pesado a un pozo, se toma del borde del pozo, ella le sonríe.
Ella es amable, piensa, menos mal que está ella acá, que le acomoda unos almohadones debajo de la cabeza.
Se ha olvidado del pinchazo y entonces se putea, aunque no le sale una puta palabra, mala combinación alcohol y porro y sexo...o mala combinación, sólo mala combinación de ir a la casa de la minita que le dijo que era virgen y él hace por lo menos quince años que no tiene idea de lo que es una virgen y pensar en dejarla aullando le resultó todo un desafío ...y ahora piensa que con esas manos y esa lengua ésta es tan virgen como Madonna.
Ella ahora le toma la cara y lo besa tibio, y le seca la baba que le cae por el costado derecho.
Mientras que una mano, (¿la misma mano?) empieza a moverse como serpiente por su cuerpo.
Y la siente viscosa..
Y la piensa viscosa...
Ya no sabe si la siente o la piensa viscosa.
Sólo puede mover los ojos.
Sabe que tiene que cerrarlos porque así parece que se siente menos.
O se siente más...siente que eyacula...o sueña que eyacula.
Ve que la parte viscosa de ella se ríe, ve que la parte virgen de ella llora. Pero después las dos se juntan y ve que las dos bailan, la puta y la virgen bailan.
Y de pronto están entre sus piernas.
Pero no siente nada.
La mierda!, piensa, Estoy llorando...piensa...siente...quiere.
Puede ver la luz azul de la habitación. Puede ver el cabellos cobre de ella entre sus piernas por el espejo del costado-.
Algo le duele. Algo que siente-duele-piensa.
Los almohadones empiezan a moverse debajo de él, lo sacuden un poco hasta la puerta y los almohadones empiezan a asfixiarlo y la virgen y la puta lo levantan de nuevo y lo liberan de la asfixia, y las dos le sonríen.
El vestido corto de seda de las dos le roza el pecho. Siente-quiere- azul y cobre y negro-azul-cobre. Y quema.
Esta vez quema-duele-piensa-siente-quiere.
Un grito.
Un grito mudo duele-piensa-duerme.
- Otro mutilado más que llega al hospital- escucha mientras los almohadones se acomodan baja su espalda.
La luz blanca, muy blanca, le chorrea por la piernas.
Y en el minuto final se duerme. Y piensa-siente-se jura "Ésta es la última mina que me transo".
"Éste no le caga la vida a ninguna otra" piensa la virgen puta. "Sin ánimos de venganza, ¿eh?, sólo son la reglas del juego, que ahora sí está bien explícito".
Se sirve el malbec en la copa, sacude la melena cobre y busca en el celular el número de....
miércoles, 13 de julio de 2011
Le Grain, Madame Elephante
…Si acaso los relojes
tuvieran
conciencia de sí
mismos…
Aquí estoy consumiéndome, sumido en el interior de un gran reloj, mí vida es corta y a la vez eterna. Mí vida dura muchas de otras vidas. Soy uno, formo parte de un todo, un gran frasco con enormes y marcadas curvas.
Desde aquí he visto cosas inimaginables, incluso para mí, aunque ya las haya presenciado y me resulten ahora triviales.
Una de mis vidas, recuerdo, fue en la mesa de un gran soñador que terminó en el suicidio. Él siempre llegaba y se sentaba en su silla, sacaba unas hojas, hacía entrar a su habitación mujeres íntegramente desnudas, y pasaba noches de desvelo admirando su figura y copiándolas en sus hojas. Un día llegó sumamente descontrolado, lloraba sin consuelo alguno (si hubiese podido salir de allí…), el pobre hombre susurró un nombre, Margarita y hundió en puñal en su corazón.
De allí dormí por un tiempo (¡qué irónico!). En una casa de antigüedades hasta que un hombre me llevó a su casa. Hubiese deseado nunca ir con él, recuerdo que ambos parecían conformes con la compra, hasta que comenzó a hablarme. Era un escritor, un hombre de la vida sucia, borracho y fumaba en unas pipas que cuando las encendía, éstas me hacían olvidar mi función de grano de arena.
Este comenzaba a acercarse lentamente hacía el vidrio, luego lo examinaba y finalmente comenzaba:
Reloj que mides mí tiempo no dejaré que de horas te hagas.
Darás vueltas y vueltas
Te perderás en infinidades de cuentos y poemas
Quedarán atrapados tus granos eternamente
Sirviéndome de musas.
Luego prendía su pipa y su humo envolvía mi hogar. Finalmente me despertaba siendo algún personaje. Recuerdo bien uno que casi me exterminó.
El escritor me situó en algún futuro que inventó. Me llevó hacia él. Entonces recuerdo que levanté un diario y caminaba entre la gente que me chocaba, estaban todos desesperados. Empezaban a hablarme, a gritarme a tironearme y yo allí sin poder hacer nada. Sentía cómo mis oídos estaban por explotar, cómo mi cerebro gritaba auxilio. Luego me encadenó en una habitación donde todos vestían de blanco.
Al otro día estaba aterrorizado. No sabía a qué me sometería esta vez ese maldito. Entonces llegaba la noche y volvía a su tarea.
Ahora son hombres con libretas en las manos y no cesan de mirarme y hacer comentarios. Presiento que saldré corriendo y me abalanzaré contra uno de ellos. Su mano no para de escribir. Será imposible.
Tal cómo lo sospeché, me golpearon demasiado para hacer algo de memoria, pero no dio resultado.
Me ha hecho salir de allí, me ha subido a una torre y estoy con una mujer. Siento un extraño deseo de asesinarla. De sacarle esos hermosos ojos y guardarlos en un frasco de formol. Lo estoy haciendo, lo he hecho. ¡Lo he hecho!
Su pluma se ha detenido, sin embargo yo estoy sometido a un desconocido e inevitable destino. No obstante, pronto llegará el día de su muerte, porque tiene el poder de llevarme a su imaginación y pronto seré yo quién esté en su realidad y con mi mano empuñe un gran mazo, y sus ideas quedaran desparramadas por toda su habitación. Yo estaré tranquilo entonces.