domingo, 11 de septiembre de 2011

Trámite pendiente, Valentina Vidal

Subió esos ocho escalones sin dudarlo. El último lo dejó de cara a una puerta cerrada.
Al querer retroceder, se dio cuenta de que los siete escalones restantes habían desaparecido. Y que todo a su alrededor se había vuelto oscuridad.
Oscuridad, escalón y puerta.
Un hueco indicaba que alguna vez había tenido picaporte. Abajo, su cerradura.
Con sus pies ocupando todo el ancho del escalón comenzó a agacharse cuidadosamente para tratar de ver algo por el orificio.
Puerta. Escalón. Oscuridad.
A medida que bajaba con las manos sobre la puerta, sus dedos podían dibujar las vetas de la madera.
Una vez en cuclillas, haciendo equilibrio, acercó su ojo. Pero algo le tapó la visión.
Se empezó a acalambrar y se reincorporó.
Angustia, incertidumbre y poca movilidad comenzaron a desesperarlo.
Golpeó. Una, dos. Muchas. Con los dos puños, dándole patadas, clavándole las uñas, empujándola con los hombros. Nada la movía.
Sacó de un bolsillo una llave que era para abrir una puerta, pero no ésa.

- ¿Ya está? -dijo una voz del otro lado de la puerta.
- ¡Hola! ¡Ábrame, por favor!
- ¿Cuántos escalones subiste?
- ¿Qué? ...ocho…pero desaparecieron…sólo queda en el que estoy parado…
- Cómo le divierte el juego de los escalones…
- ¿De qué juego habla? ¡Terminemos con esto, ábrame la puerta!
- ¿Qué estabas haciendo antes de subir esa escalera?

Le costaba mucho comprender su situación actual. Como para también jugar a las adivinanzas. Lo volvía loco esa puerta cerrada y la voz que no parecía inmutarse ante su pedido desesperado.

-Intenta recordar –dijo la voz.

-…no sé…creo que estaba en el auto, por llamar a mi mujer, iba manejando…algo pasó, se cruzó un coche, me parece que pegué un volantazo y giré, creo que hasta volqué…pero no puede ser, estoy confundido, no lo sé, le pido por favor que abra esta puerta, señor.

-Tuviste un accidente.
- Usted está loco.
- Usted está muerto.
-¿Y esto es la muerte?
-¿Qué esperabas, un montón de gorditos alados, tocando un clarinete?
-¡No una puerta cerrada!

Un poco por piedad, otra por celeridad, le dijo que pronto comenzaría a comprender y que para cuando eso ocurriese sus recuerdos formarían parte de una conciencia absoluta.

-Sofía…
-Un buen lugar para comenzar, tu mujer, la que estabas por llamar, antes de que ese borracho se cruce en tu camino. Del otro lado lo tengo que entrevistar, esto es como un dos por uno, multiplicado por miles. Sigamos con tu mujer, ¿qué le dejaste?

-…bueno…el auto no creo que haya quedado bien… ¿la casa?
-No seas idiota.
-Entiendo…nos reíamos mucho cuando nos conocimos…la besaba constantemente, me gustaba el olor que tomaba su pelo al despertarse…después las obligaciones, el trabajo, las corridas…la vida…me volvieron algo serio, y ya no dedicaba tanto tiempo a estar en casa con ella.

El recuerdo de Sofía se le había clavado en el pecho como un cuchillo caliente.

-Pronto los recuerdos dejarán de ser dolorosos, le dijo la voz, al darse cuenta de que el silencio se le había atravesado en la garganta al hombre en el escalón.-–prosiguió- seguramente tendrás algo más para decirme, si no no estarías vos de ese lado, y yo de éste.

-¿Se trata de una confesión?

-Qué confesión ni ocho cuartos. Esto es una declaración jurada. Luego de que declares la verdad, me la firmás y yo la dejo “en trámite pendiente”. Cuando la terminen de revisar y aprobar, se te enviará una notificación, en la cual te informarán los pasos a seguir.

-¿Las mentiras cuentan?

-¡Basta! No estoy para perder el tiempo, muchacho, no soy el cura del barrio, me importa un rábano si le mentiste a tu mamá o a tu jefe. ¡Quién hubiera pensado que me costaría tanto con vos!

La voz prosiguió a leerle las preguntas que figuraban en la declaración:
¿Has vivido una buena vida?
¿Has sabido disfrutar de ella?
¿Has hecho las cosas lo mejor que pudiste?
Cuando las adversidades se te cruzaron en el camino, ¿pudiste enfrentarlas y aprender de ellas?
¿Podés considerarte satisfecho con el recuerdo que dejaste en los demás?

Parecía un test de autoayuda, pero a la vez sabía que alguna de esas preguntas no podía responderlas. Había vivido los últimos años tan pendiente de todo lo que le quedaba por hacer, que no se había dado cuenta de que no estaba viviendo su vida, sino tratando de adelantarse a ella. Y ahora ya era tarde.

-¿No podría volver cinco minutos más?

-No diga sandeces, mi amigo. Bastante con servirle en bandeja el cuestionario, (se ve que viene con referencias de algún familiar o amigo que lo espera) y además su envase…quedó bastante maltrecho. DENEGADO.

-Sólo cinco minutos -suplicó-. Necesito sentirla en mis brazos por última vez.

-Lo tengo que consultar.

Se quedó esperando un buen rato imposible de cuantificar hasta que escuchó dos golpes.

Toc-toc

-Cinco minutos. Tenés contactos de peso allá.

Se vio en su casa, sentado en la cama. Sofía estaba cocinando y canturreaba sin parar. En el aire, aroma a su comida favorita –pastel de carne- y que a Sofía le gustaba hacer cuando lo quería mimar un poco. Fue hasta la cocina y lo miró con sus grandes ojos negros, le sonrió y él la abrazó fuerte. Qué maravilloso le resultaba sentir cómo cada pliegue, rincón, articulación de sus cuerpos encajaban perfectamente. Como dos partes de una misma pieza. El sabor de sus bocas también eran parte del menú. Ella suavemente se soltó, argumentando con una sonrisa pícara que se le estaba quemando la comida.
Él la besó una vez más, esta vez en la frente y se fue.

Puerta. Escalón. Oscuridad.

Toc-toc

-¿Cómo le fue, amigo?

-Fui desagradecido con la vida que me tocó.

-Así es.

Le pasó por debajo de la puerta una hoja y le dijo que firme al pie. Él la firmó y la volvió a pasar del otro lado sin mirarla.

Como ya te dije, esto quedará en un trámite pendiente. Tengo que seguir con otras puertas y tengo muchas.

-¿Cuánto estaré esperando? –preguntó vencido. ¿Está Usted ahí?

(…..)

Escalón. Puerta. Oscuridad.

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