Nadie dijo que la vida iba a ser fácil.
Es cierto.
En mi caso, reconozco, tuve algunas dificultades.
Sobre todo, al principio.
Es que no se me daba muy bien eso de tener que sobrevivir según las normas de convivencia urbana que fueron establecidas antes de mi nacimiento. Esto no significa que no me gustaba trabajar; por el contrario, nada me complacía más que la belleza de una tarea ejecutada al detalle. Mi vida hubiera sido fácil y sencilla si sólo se hubiera tratado de trabajar y trabajar.
Pero el nivel de sofisticación alcanzado por nuestra cultura hizo que no fuese así de sencillo. Para conseguir un empleo tranquilo, había que estudiar. Para estudiar había que trabajar (o tener familia pudiente, que no era mi caso)
Y si se llegaba a completar los estudios, aún así, había que tener "amigos" más allá, para obtener un puesto. Y si, con todo, se llegaba ahí, había que cuidarse las espaldas todo el tiempo porque la competencia era feroz.
Al fin y al cabo, sólo quería un trabajo que me entretenga los días, una chica para cortejar, una casa para vivir y un perro para que me haga compañía. Una vida sencilla.
Pero las chicas también eran sofisticadas: para cortejarlas había que tener un trabajo interesante, un buen auto, buena ropa, un físico trabajado, actitud, imaginación, astucia, carácter, etc.
Muchas trabas, mucha competencia, mucha comparación, muchos impuestos, muchos papeleos.
Vivía preocupado, angustiado. Mi vida era un juego incomprensible, complejo y absurdo que no me parecía en absoluto apetecible.
Entonces llegaron los zombies.
Fue tan rápido que nadie supo como reaccionar.
En pocas semanas, todo el mundo que conocimos se desmoronó.
Al principio, tuve miedo y mucho asombro. No entendía nada.
Después de un par de días sin comer, tomé en mis manos una maza que había en el garage de mi abuela y salí a buscar comida.
Tenía tanta hambre que no me importó nada y, con el fluir de los días, me puse ducho en el arte de repartir mazazos para mantener a raya el acoso de los fiambres ambulantes.
Después, me encontré una pistola. La pistola me facilitó las cosas y un par de días más tarde, tenía un rifle Winchester, dos revólveres y varios cuchillos de caza.
La comida había que buscarla, con muchísimo cuidado, en los hipermercados.
Cuando me encontraba con un colega saqueador, lo despachaba sin preguntarle ni de dónde vino.
Como están las cosas, había que ser práctico; una cuestión de economía de recursos.
Ocupé una casa amplia y muy bonita en la zona alta de la ciudad. Había pertenecido a un intendente y tenía muy buena vista.
Como no me sentía a salvo, me dediqué a reforzar la seguridad, conseguir combustible, más provisiones y ropa.
Después fui por los libros. Muchos.
Se me escapaba una carcajada cuando me acordaba lo complicado que era tener tiempo- o dinero- para dedicarse a la buena lectura.
Las mujeres fueron llegando de a una.
Nunca me causaron problemas y cuando se peleaban entre ellas mi planteo era simple: te quedás o te vas.
Entonces, se ponían razonables.
El salto demográfico no tardó en llegar. Cada una de las chicas me hizo padre de 4 o 5 chicos. Hubo que ampliar la vivienda y comenzar a sembrar.
Pasaron los años casi sin incidentes.
De vez en cuando, algún que otro colectivo con supervivientes se acerca con propuestas y promesas.
"hay mucho por hacer, comencemos de nuevo" "una gran nación puede nacer si trabajamos unidos" "estamos viviendo una nueva génesis"
Entonces, disparo.
Sí, señor.
Porque empezamos de nuevo, sí, pero a mí manera.
En cuanto a los zombies, mi gratitud es grande. Así que les doy los restos.
Me gusta mi vida.