martes, 31 de mayo de 2011

CONSIGNA JUNIO 2011

En conferencia plenaria, los funcionarios del Reducto 23 promulgan la siguiente pauta para el mes de junio:

1) A la dirección de correo <cezarynovek@gmail.com> remítanse, hasta el día treinta del mes sexto del año corriente, relaciones, catálogos y demás ficciones de más de 400  y menos de 600 palabras, en las cuales destaquen los siguientes papeles semánticos:
  "El tipo que anda con la minita". "La minita". "El padre". "Uno". "Otro". "El mismo".
2) Deséchese el miedo y restrínjase la incertidumbre.
3) Etcétera.

C'est la vie, Cezary Novek

Nadie dijo que la vida iba a ser fácil.
Es cierto.
En mi caso, reconozco, tuve algunas dificultades.
Sobre todo, al principio.
Es que no se me daba muy bien eso de tener que sobrevivir según las normas de convivencia urbana que fueron establecidas antes de mi nacimiento. Esto no significa que no me gustaba trabajar; por el contrario, nada me complacía más que la belleza de una tarea ejecutada al detalle. Mi vida hubiera sido fácil y sencilla si sólo se hubiera tratado de trabajar y trabajar.
Pero el nivel de sofisticación alcanzado por nuestra cultura hizo que no fuese así de sencillo. Para conseguir un empleo tranquilo, había que estudiar. Para estudiar había que trabajar (o tener familia pudiente, que no era mi caso)
Y si se llegaba a completar los estudios, aún así, había que tener "amigos" más allá, para obtener un puesto. Y si, con todo, se llegaba ahí, había que cuidarse las espaldas todo el tiempo porque la competencia era feroz.
Al fin y al cabo, sólo quería un trabajo que me entretenga los días, una chica para cortejar, una casa para vivir y un perro para que me haga compañía. Una vida sencilla.
Pero las chicas también eran sofisticadas: para cortejarlas había que tener un trabajo interesante, un buen auto, buena ropa, un físico trabajado, actitud, imaginación, astucia, carácter, etc.
Muchas trabas, mucha competencia, mucha comparación, muchos impuestos, muchos papeleos.
Vivía preocupado, angustiado. Mi vida era un juego incomprensible, complejo y absurdo que no me parecía en absoluto apetecible.

Entonces llegaron los zombies.

Fue tan rápido que nadie supo como reaccionar.
En pocas semanas, todo el mundo que conocimos se desmoronó.
Al principio, tuve miedo y mucho asombro. No entendía nada.
Después de un par de días sin comer, tomé en mis manos una maza que había en el garage de mi abuela y salí a buscar comida.
Tenía tanta hambre que no me importó nada y, con el fluir de los días, me puse ducho en el arte de repartir mazazos para mantener a raya el acoso de los fiambres ambulantes.
Después, me encontré una pistola. La pistola me facilitó las cosas y un par de días más tarde, tenía un rifle Winchester, dos revólveres y varios cuchillos de caza.
La comida había que buscarla, con muchísimo cuidado, en los hipermercados.
Cuando me encontraba con un colega saqueador, lo despachaba sin preguntarle ni de dónde vino.
Como están las cosas, había que ser práctico; una cuestión de economía de recursos.
Ocupé una casa amplia y muy bonita en la zona alta de la ciudad. Había pertenecido a un intendente y tenía muy buena vista.
Como no me sentía a salvo, me dediqué a reforzar la seguridad, conseguir combustible, más provisiones y ropa.
Después fui por los libros. Muchos.
Se me escapaba una carcajada cuando me acordaba lo complicado que era tener tiempo- o dinero- para dedicarse a la buena lectura.
Las mujeres fueron llegando de a una.
Nunca me causaron problemas y cuando se peleaban entre ellas mi planteo era simple: te quedás o te vas.
Entonces, se ponían razonables.
El salto demográfico no tardó en llegar. Cada una de las chicas me hizo padre de 4 o 5 chicos. Hubo que ampliar la vivienda y comenzar a sembrar.
Pasaron los años casi sin incidentes.
De vez en cuando, algún que otro colectivo con supervivientes se acerca con propuestas y promesas.
"hay mucho por hacer, comencemos de nuevo" "una gran nación puede nacer si trabajamos unidos" "estamos viviendo una nueva génesis"
Entonces, disparo.
Sí, señor.
Porque empezamos de nuevo, sí, pero a mí manera.
En cuanto a los zombies, mi gratitud es grande. Así que les doy los restos.
Me gusta mi vida.





El tramposo, Emme Bonsens

Aquel hombre era un vecino del edificio, siempre la encontraba en el palier, la miraba como si quisiera arrancarle la ropa con los ojos… A ella esa insinuación le resultaba indiferente. Lo había visto con esa mujer seria, la misma que tenía aires de mandona y aquellas típicas arrugas de los treinta y pico acentuadas por sus repetidas quejas y enojos; a simple vista la pareja dejaba fluir su malhumor, dejando al desnudo una celotipia fuerte.
La mujer que deseaba era atractiva, diría hermosa; desplegaba algo que generaba en los otros, posiblemente un imán y, sin más, cualquier hombre querría estar con ella.

Una noche cualquiera, en donde la gente entraba y salía del pequeño edificio, el hombre le hizo señas para que volviera a bajar. Ella subió, entró y se apoyó en la puerta; y en esa paz que uno encuentra al llegar, rompió el silencio con una carcajada porque quien había subido era su ego.
Se dirigió entonces hacia la cocina y dejó caer el corcho de un vino que estaba abierto desde hacía algunas noches, se sirvió y lo degustó animadamente.
Hacía un tiempo que la soledad era un pasatiempo en su vida, se amoldaba a ella y, seguramente, estaba dando el salto para ponerse de acuerdo con su ánima: vencer vicios hasta encontrar respuestas a enigmas personales.

No era que el tipo no le atrajera. Mientras hacía girar el brebaje para airearlo, miraba los arcos que se hacían en el vidrio de la copa, pudiendo observar el cuerpo de aquel tintillo. Se plantó en la situación: se imaginó que podría llegar al revolcón, sabiendo que el sexo - cuando uno se encuentra solo - es una buena opción para la distracción de alguna noche… Se propuso seguir con aquel juego y enfocó sus pensamientos en la vida de ese hombre.

Él entrenaba en algún lado; ¿vida marital?: aburrida y monótona; luces apagadas a las nueve de la noche; una mujer enojada con la vida y con las mujeres lindas.
Pero el asedio continuaba de manera tal que a ella le empezó a gustar la situación. La observaba desde el balcón, noches en las que ella llegaba de sus partidos de squash, hasta que la esperó en el estacionamiento; impaciente, nervioso. Con la voz temblequeando, le dijo: -Esperá, necesito tu celular.
- Ahora no… -dijo ella, escabulléndose por la escalera–
- ¿Cómo que no? Dame una forma para contactarme con vos…
- Bueno – dijo, desorientada – dejame tu número en el pedal de mi bicicleta.

Antes de que se escurriera por la curva de aquella escalera, la tomó salvajemente y la besó, toqueteándole las nalgas. Le susurró al oído: “Llamame”.

Esa madrugada le mandó un mensaje que decía: “Agendado”; y la respuesta fue: “Te llamo mañana”. Se sentía rara, sin embargo, ya había accedido a aquel solaz y aceptaba el reto.
Sucesivos mensajes caían a su buzón, llamados perdidos hasta que, llegada la tarde, atendió. El acoso era eminente. Quedaron en encontrarse en alguna estación. Cuando ella bajó del tren, divisó el auto de vidrios negros en una esquina y fueron al motel más cercano.
-Habitación 21 - dijo la muchacha de la recepción.
Cuando entraron a ese pequeño cuarto, él dijo: -Cuando termine con vos, llegaré a casa, duermo unas horas y me tomo el palo-. ¿Qué le importaba a ella eso en ese momento? Tuvieron buen sexo, nada glorioso ni penoso. Días después, él le envió un mensaje que decía:
“Buen día. ¿Qué es lo que te debo y cómo debo pagarlo?” No podía creerlo. No contestó. Siguió insistiendo, y como la adrenalina se había disipado y la falta de seducción y tacto de este hombre empapaban su presente, aceptó verlo para frenar este desliz. Enseguida, éste quiso hacerla pasar a su casa; ella se negó y terminaron discutiendo en el auto. De manera incomprensible, el tipo se demostró irascible, desquiciado, y enojado simplemente por un “no”, dijo:
- ¿Por qué me estás boludeando? -.

Al bajar, ella sonrió, cerró la puerta y le dijo que reflexionara sobre quién boludeaba a quién. Aró las ruedas generando un torbellino con las hojas mojadas del otoño presente y desapareció por el empedrado.

lunes, 30 de mayo de 2011

Devoto, Florencia Cisnero Márquez


Una nube de humo le cubrió la mano y bajó el papel que sostenía a la altura de sus ojos. La marea opaca del tabaco terminó por cerrarle los ojos. A pesar del ardor alcanzó a ver el hombro de donde salía la bocanada. Cuando los abrió nuevamente una mano con unas despintadas barrió nerviosamente las cenizas que había llegado a esa hombrera.
Su manera de mirar era sólo una simple perversión, manipulaba el juego de tiempos: mirar cuando la sonrisa se desdibuja en la cara, o bien mirar los párpados cuando las manos reciben un pago o un vuelto, o cuando simplemente las personas niegan un pensamiento interno. Se acomodó el sombrero y pensó en los minutos que faltaban entre la llegada del colectivo y la caída de esa colilla de cigarrillo todavía humeante.
La tos de una persona a su derecha le hizo dudar si había apagado las dos luces de su departamento. El cigarrillo que fumaba la mujer delante suyo, negro de notas ásperas, le causó la suficiente incomodidad como para perder el hombro de vista y volver al papel. Retomó el texto de Clara Salto, la autora del cuento incompresible que estaba repasando para la entrevista. Anochecía y la luz disminuía. La lectura fue interrumpida por una carcajada que le surgió al leer “crimen pasional”, le tembló un poco la mandíbula y vio el colectivo detenerse. La fila avanzó.
Pensó en regresar, pero recordó el chasquido de los labios de ella antes de dormirse. La idea era simple convención, una vela y una cortina demasiado cerca. Una apuesta redoblada al azar, un accidente doméstico, un movimiento de brazos, estaba convencido que sólo se escaparía por azar. Como por azar la había visto besar y abrazar a otro, en la puerta de su trabajo devotamente durante tres meses. Igualmente podría estar esperándolo, para terminar el rezo de la novena de San Roque juntos, también devotamente.
Chequeó la dirección y tocó tres veces el timbre, la escritora no estaba. Escuchó unos tacos más fuertes detrás de él, reconoció el hombro y olor.
-¿Usted es Clara?
Ella asintió y se disculpó por la tardanza. Entraron a una sala sin ventilar, ella abrió la ventana y le ofreció un café. La charla avanzó vertiginosamente. Fue un fluir de anécdotas sobre su investigación en la cárcel de mujeres, historias versionadas sobre maltratos e ilícitos vinculados con la política y el dinero.
Finalmente la autora no quiso decir lo que buscaba con su antología de cuentos, con una gesto de acoso aclaró que necesitaba devolver a otros oídos las historias siempre repetidas. Intentó prender el cigarrillo mientras el periodista miró su reloj, el viento ingresaba arremolinando la cortina de la sala, el flequillo de ella.
Él pensó una vez más en las pestañas húmedas de su compañera infiel o demasiado fiel, y quiso cerrar la entrevista:
-Usted fuma hace mucho, sabe que una versión del hábito es placentera: controla su ansiedad, y la otra versión es perjudicial: la termina matando. ¿Estas historias que Ud. cuenta terminan hablando de esa misma doble moral?
La escritora continuaba mirando su cigarrillo, finalmente había brasas. Sonrió forzadamente al escuchar la pregunta
- La suspensión de la moral es inherente a la vida cotidiana, ninguna de estas mujeres lidió con sus límites hasta que las pusieron a prueba. Creo que ninguna persona llega a ese lugar por azar.
Ambos se despidieron y ella aprovechó para cerrar la ventana.
El viento soplaba cada vez más fuerte. No había moral. No estaba en un error, no.

viernes, 27 de mayo de 2011

Ella ganó, Nadia Basanta Bracco

… como dije

Hirió menos gente que cualquiera

Que yo conozca

Y si lo considerás así,

Bueno,

ella ha creado un mundo mejor.

Ella ganó.

Frances, este poema es para

Vos.

Charles Bukowski

Ella ganó.

El detective se ha sentado una vez más en su escritorio abarrotado de papeles y objetos totalmente obsoletos: pisapapeles (¿huirán los papeles si no se los pisa?) cenicero limpio desde hace 5 años, lámpara verde inglés (de rigor en todo reducto de detective) iluminando de lleno las fotos…No va a mirarlas de nuevo. Todavía le dura la sensación en la panza, como si un edificio de 1000 pisos se estuviera desplomando continuamente adentro /una y otra vez/ Es espantoso.

Ya no es de noche, pero él no lo sabe, ni le importa ahora que está sumido en ese devenir de pensamientos que él bien conoce y no intenta controlar porque ha aprendido que es lo único que queda por hacer cuando no hay respuestas.

Y piensa/imagina/recuerda esa chica con uniforme /tan corto/ que camina atolondrada con otras amigas cuando el sol se está escondiendo y todo está naranja y brillando tanto que la ciudad parece definitivamente un lugar mejor. Entonces siempre hay alguien /digamos un chico o un pobre tipo cuarentón o un sádico/ que las mira como en una película/ las ve existir en ese presente continuo que es la adolescencia y desearía ser ellas o acercarse y decirles algo inteligente/que las haga reír/ que las obligue a darse cuenta que todo estaría bien si fueran juntos los 4 a algún lado o si simplemente 1 sola /ella/ la única que de verdad importa/ accediera a caminar de la mano y en un lugar alejado se dejara besar tiernamente /por ese chico que nunca besó a nadie porque el heavy metal y el acné dejan bien claro que hay que ser satánico/ o por ese marido venido a menos que a su pesar se calienta con las nenas de uniforme/ o por ese monstruo legalmente demente que usa la ternura como estrategia para que después el dolor sea mucho más dulce/Pero entonces todos se están traicionando /y lo saben/ porque eso en lo que creían se está cayendo/derrumbando /1000 pisos una y otra vez/ y la ciudad ha vuelto a ser ese lugar donde nadie desearía haber nacido y ella /que no quiere besar a nadie y odia más que nunca a los detectives/ no llora cuando la brasa del cigarrillo la toca ni cuando la navaja vuelve irreconocible su cuerpo ni siquiera cierra los ojos cuando las manos más desconcertadas del mundo le desfiguran la cara con un ladrillo que finalmente se rompe /1000 pedazos /una y otra vez.

Ella lo ha decidido. Morirse así está bien /es mejor/ ya no le tiene miedo al cambio. Y no es su culpa que palabras tan espantosas como fluir, acoso, juego, salto, carcajada o incomprensible no encuentren lugar en la mente de un detective que no ha podido hacer nada de lo que debía, porque ya no importa, porque nada fluye y pronto va a venir por él también la noche.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Ventiluz, Irene Nunziata

En su mundo chiquitito, diminuto y cerrado, Xx tiene una sed que mata, el agua está sucia y el vaso manoseado, no entra ni un rayito de sol en su metro cuadrado, sólo un pequeño ventiluz que no aporta ni un resplandor. Duerme, incomprensible, duerme, sueña con colores y formas difusas, duerme, con los ojos cerrados , duerme. Xx presiente que hay un mundo ahí afuera, imagina la calle gastada y rota, la música desde los autos, las bocinas, la gente con bufanda, los colectivos, los taxistas puteando. Deja fluir su imaginación y no tiene fuerzas para salir del closet, se atormenta, se muerde, se ve en un espejo percudido, aprieta los dientes. Xx recuerda cuando vivía, cuando salían palabras de su boca como suspiros…que eran torpemente suplantados por una carcajada intrusa. Su juego consistía en aparentar que vivía, en manipular todo a su favor, su vida se había transformado en una mentira, en un mundo propio donde todo era efímero, banal, sin fondo ni forma. La botella de ginebra barata empezó a castigarla, da el salto al cambio, pero suicidándose solapadamente, sintiendo el vacío del aire helado en invierno, ese que te cala los huesos, ese que te duele, que te somete. Se sentía invisible en todos lados, era un espectro sin rumbo, un esqueleto raído, una muza del hambre y la sed. Para Xx la vida era una oficina neutra con jefes despiadados, los fines de semana eran depósitos de resacas, vicios y el acoso a cualquier hora a su dealer por si acaso necesitaba ayudar a su insomnio con cocaína.


Ahora permanece allí, en su dos por dos, en su infierno de colillas de cigarrillos, libros abiertos en cualquier capítulo, hay olor a encierro en su corazón, hay un perfume lejano que viene del ventiluz, que le recuerda cada mañana que allá en la vida hay alguien, que hay algo que la espera para salir y comenzar de nuevo vibrando con la intensidad de la transformación.

lunes, 23 de mayo de 2011

Mi ex es una perra, Tomás Idao Gesel

Es incomprensible que haya personas que se quieran seguir expresando por medio de la escritura, cuando todos “vemos bien” y lo comprendió muy correctamente el Licenciado Marrano, que ya a nadie le interesa leer. Hoy lo que gana es la imagen, el salto al vacío del hombre araña, las tetas de Katy Perry o Berry. Hace tiempo creo, el arte de escribir es masturbatorio, no es que no me clave una buena paja día por medio, pero ¿alguien se imagina que el cine llegue a un punto en que sólo vean películas los directores y los camarógrafos? Para qué insistir. Hoy, cada vez que tengo ganas de tomar papel y escribir (me pregunto si a alguien pueda interesarle lo que diga un escritor o, mejor dicho, un gil que tiene esa inclinación perniciosa) me pongo a trabajar de manera mecánica, si no me puedo distraer, entonces me tomo un litro de vino, o unos vasos de whisky, y ahí nada me reprime, pero me quedo bien dormido. Escribir apesta, maldita la hora que una chica, no se si en el secundario, se fijó en mí por estar escribiendo algún horroroso cuento. Maldita la represión. Te odio Cezary, participo de esto para decirte como me arruinó la vida la literatura, me destruyó. Ahora, no me rindo al acoso de las letras.

Una vez soñé que un árabe me cortaba el cráneo en dos con un movimiento violento de su cimitarra, el chorro de sangre que me brotaba estaba compuesto por diminutas letras que formaban una novela, o no eran nada. ¿Conocés algún escultor capaz de captar la imagen? En mármol me gustaría. Desde el 2007 prometí no volver a escribir nunca más. No lo hice. Mi vida floreció, estoy esperando un hijo, ya lo sabés, y bueno, los negocios marchan más o menos, pero tengo una linda vida. Si me dan la dirección del reducto 23 les voy a tirar una granada. Es un juego perverso perpetuar la escritura cuando nos ponemos grandes, es exponerse a la carcajada y granjearse el descontento familiar y social. A veces me imagino pisando los 50 años, o 60, y no hay plazo que no se cumpla, ya libre teóricamente de las presiones sociales obvias, sentarme a escribir, como esas minas que cuando se ponen viejas le da por la escritura y se sienten de lo más capaces porque en la oficina donde trabajaron 30 años tipeaban datos, qué demonios, cómo me cuesta mantener coherencia en los párrafos. Pero se entiende el punto, a los 60 años no voy a poder redactar ni una mierda como las de José Ingenieros. Quiero fluir hacia la libertad, no escribir más. La literatura es una ex novia.

domingo, 15 de mayo de 2011

Abasto, Clara Ema Hecker

Al ritmo que giraba el vino en su mano. Así bailaba.
Cuando quiso frenar ya no pudo, sólo quedaba mojar el cristal, teñir de rojo el brillo de la copa y seguir bailando.
Tenía la mirada en el brillo de esos ojos siniestros en la pared, y pensó que la belleza de ese muro residía en la oscuridad. La luz del sol lo arruinaría, como arruina casi todo lo que brilla bajo la luna.
Sólo pensaba en bailar y que el día no llegue, que el tiempo no pase, que los segundos no mueran, que la realidad no prospere. Vivir el sueño, creer que era suyo lo que el día le negaba. Por eso bailaba.
Supo intentar una noche de color, pero cada gesto de falsa felicidad, cada carcajada, le dieron asco. No encontraba paz entre la luz, debía descansar del personaje que la acechaba.
Lentamente, bailaba sus propias melodías. El acoso del aire y las miradas la exitaban. Esa mano que recorre la espalda intencionalmente pidiendo un espacio que ya tenía, ese pregunta al oído que transmite calor y se reparte por todo el cuerpo, sin llegar a entender ni una palabra, sólo la intención, que se contagia. Todo ese juego, le gustaba.
Se movía como si con la cadera pudiera detener el giro del mundo al menos una vuelta y retener por unos instantes de entre todas las miradas, sólo una, la que le importaba. Podía sentir el fluir del tiempo, el hilo de horas que se le escapaba. Era incomprensible para ella, todo se detenía y sólo su mente avanzaba. Inevitablemente debía dar el salto y le temía. Sabía que el final se acercaba.
Bailaba para hechizar el tiempo, para tener un instante que recordar mañana, para inventar una excusa para quedarse a oscuras, y pretender que la noche le regalara su alma.

miércoles, 11 de mayo de 2011

El anagrama, Sergio Iturbe

Todo requisito se evade con tecnicismos. Te lo dije muchas veces. Vos me dijiste que no me coja a tu hermana, que éramos amigos. Que un amigo no puede conocer la cara que hace tu hermana cuando se la meto toda. Cuando le termino en la boca y no le gusta. Cuando escupe y me río. Pero no, te digo que estábamos jugando. Jugando al scrabble. Ese juego con letras que tienen puntaje. Y que las x, las y, las z, las letras que menos se usan, valen más. Como pasa con todo. Hasta con tu hermana, mirá vos.

Está bien que yo le puse mis propias reglas, pero me parece demasiado convencional eso de andar bastardeando a un juego tan potencialmente interesante justamente en el living, construyendo palabras tan insignificantes y poco gratificantes como salto, acoso, juego, carcajada o fluir. Me parece incomprensible, además de aburrido. Y, como si fuera poco, ninguna tiene de las letritas que valen más. Una mierda.

Si al menos fueran letras fáciles que formen insultos, tabúes, algo más interesante. Pero no, palabras inconexas que no dicen nada.

Lo que hice, entonces, fue sacar todas las vocales. Las letras más insignificantes. Las que valen menos. Las palabras que todos conocemos bien, las que todos usamos siempre. Y dejé todas las valiosas. Si inventás una palabra que no esté en el diccionario de la RAE, de la vigesimotercera edición, me la tragás toda. Si yo invento, te hago terminar con la boca. Por más que se me ulcere el frenillo de la lengua. Pero vamos a ser justos. Igualdad entre los sexos, qué joder. Eso le dije. Y ella aceptó. Y usamos la habitación porque el living se ve desde afuera. Nunca hablé de coger, que quede claro. No vamos a cagar una amistad por un jueguito de mierda, che. De ninguna manera.

La cosa es que si yo cumplo las reglas, no me rompás las pelotas. Cómo es eso de entrar en la habitación de tu hermana sin tocar la puerta, sin decir algo, sin hacer ruido antes de entrar, pisar fuerte. No, entrás sigilosamente como una rata almizclera.

Qué te pasa, le preguntaste mientras me mirabas con una cara que no me gustó para nada. Cara de reticencia. Nada, tengo una basurita en la boca y no me la puedo sacar, te dijo. Y era cierto. Nunca ninguno de los dos te mentiríamos. Cómo creés. Pero me terminaste echando de tu casa, a las dos de la mañana y haciendo un frío de cagarse. Y en ese barrio de mierda que no pasa un taxi ni por equivocación.

Cuando camino un rato hasta una avenida para que me violen menos personas, al menos, busco la etiqueta en el bolsillo. La encuentro pero no tengo fuego. Y cuando no hay fuego, te juro que podés tener todos los cigarrillos que quieras. Podés estar adentro de la tabacalera Nobleza Piccardo, pero si no tenés fuego te la perdés en el culo. Y eso me pasó. Me olvidé el encendedor al lado del tablero. Busqué como un imbécil en todos los bolsillos del sobretodo, en los bolsillos traseros del jean, en el bolsillo chico. Y ahí encuentro cuatro letras. La a, la u, la t, la p.

Qué coincidencia, che.

Pero no, las tiro a la mierda.

No vaya a ser que te las muestre y te enojes de nuevo. Eso sería lo último, desconocerse entre amigos.

Qué cosa, che. Cómo cambian las cosas.

viernes, 6 de mayo de 2011

El cordel que enlaza tu dedo, Alejandro Páez

Ya no pienso en las mañanas de sol. Pienso en mañanas madrugadas de noche, nacidas prematuramente, con conveniencia sólo para usar el baño. Pienso que he envejecido lo suficiente para recordar, y aún así recuerdo la película sobre el muchacho Dante, convertido en toro, sin poder escapar del laberinto ni fluir entre sus muros. El Dante –Toro del fotograma, soy yo a veces, pero la mayor parte de la trama es una pretensión pobre del director para sugerir, la profundidad del literato. Tendría que despertarme, no en la memoria, sino en el sueño. Recorrer los pasillos del pasado, pero como ejercicio onírico, como el Dante-Toro, llegar a un punto de la secuencia, donde la veo a ella y la esquivo. A ella mi Lucia, mi Lula, mi cosita pequeña, convertida ya en Toulouse, para siempre ajena, para siempre dormida. El cordel que ata su dedo meñique al mío, se extiende por a través del océano, aunque a veces se corta, aunque a veces zigzaguea, sube de un salto hasta la luna y desaparece de infinito, por infinito ya no existe más. Pero la secuencia de sueño consiste en la presencia vouyerista, acoso metafísico la cual siendo invisible, respira con potencia pedante. La peripotencia de la cámara soy yo, pero también soy yo el Dante-Toro. Relación tensa. Algo se tensa, miro mi mano-pezuña, el cordel de hilo lleva a la Donna, la Donna es ahora mi amante, y es mucho más que eso. Me recuerda por qué estamos en la casa de Héctor con los muchachos. Pasea por las habitaciones de la casa, cuando el asado ya está frío y el partido de Racing y Colón es una pasión inútil, sobre todo para los hinchas de Racing. El juego es correr en el laberinto, encuadre aberrante de Goundry sobre sus personajes en la playa.

Me acerco a Donna, la Donna-Beatriz cuando yo soy Dante-Toro. El guión debería enmudecer ahora, pero no lo hace, descanso un poco cuando su rúbrica tiene por mandato la carcajada y puedo examinar su rostro y sus pechos. Cuando hay silencio, ya, no hay Beatriz ni Dante, sólo queda el minotauro con su hija atados por un cordel.



Despierto con seis décadas escritas en la articulación de los huesos. La mujer que está a mi lado se despierta, lo hace con ternura, y ojalá esta mujer nunca me falte. La historia de mis huesos es también su historia. En medio de la noche, pero ahí cerca el crepúsculo, me dirijo a la cocina donde está el teléfono. Busco el número de la residencia de Lucía en Toulouse, sé que está en la heladera, allí entre las fotos de las vacaciones y la publicidad del delivery. Respiro, y marco el número. Me pregunto por la horrorosa vicisitud de la atmósfera, para mi incompresible, me pregunto si puedo empezar a hablar con la metáfora, y recordar, no en la memoria, sino en el sueño.

miércoles, 4 de mayo de 2011

No te amé pero te quise, Victoria Romano Moscovich


Pasan los días, la locura del reloj me quita claridad. Ya no puedo reconocer el momento, aquel punto clave en que nuestras almas dejaron de fluir. A cada paso que doy te veo y no te veo a la vez, los sentidos se me han vuelto enemigos y me pierdo en la ciudad. Todo es ajeno, grande, incomprensible. Me duele respirar.

Salgo, tengo cosas que hacer. No puedo, sí puedo. No. Así ya no. Y pensar que aquella vez creí que estaba ganando el juego, vida tramposa, destino ilegible. Ya no tiene caso proyectar, el día a día tiene sus encantos, al fin de cuentas nada malo puede pasar. Todo es cuestión de probar. Todo es cuestión de volar, de volar, de volar. Quiero volar. Volar con vos. Volar en vos. Tengo miedo, quiero volar.

De pronto me quedo en un rincón, oculta, chiquita. Soy espectador y el mundo sigue, no me puedo bajar ¿Qué vas a hacer sin mí, Mundo, si me bajo? No dejes que me confunda, no me dejes dar el salto. No lo vale, lo que vale es aprender, lo que vale es soñar, soñar y buscar la felicidad. Y yo la busco, la busco más que nadie. Ése es mi modo, rodeando de llanto la carcajada me inclino hacia el abismo, miro hacia abajo, veo un punto y me lanzo a sus brazos. Brazos abiertos, a veces cerrados. Cómo duele seguir de largo y caer al empedrado, tal vez haya que calcular la variable de las ganas ajenas y no sólo las propias. Mentira, hoy quiero ser egoísta, hoy que ya no estás en mi vida y las posibilidades se potencian al cubo y no se cuánto más.

Es raro el acoso de lo que antes no existía y ahora me rodea, las palabras, las personas que salen de las alcantarillas, los proyectos, las ideas, los dolores, las esperanzas.No pudiste amarme, ya lo se, tal vez no quisiste, tal vez yo tampoco. Yo tampoco te amé. Te necesité, te dí, te interrogué, te perdoné. Me enojé, te odié, me arrepentí. Y pensar que entre tantas cosas, me conformaba con tenerte. Mirá vos. Mirame vos. Yo tampoco te amé, pero te quise. Que te vaya bien.