martes, 26 de julio de 2011

El patio de Boris, Flor Meineri

En el patio de Boris las cosas babean y el sol de las tardes no es precisamente amarillo.
La escasa brisa que se golpea contra las ventanas parece tener algo en sí misma, algo que activa los olfatos de los infantes que salen de primer grado de la escuela barrial. Ellos podrían ir tras chupetines de mil colores o tras el idiota disfrazado de conejo que se para desde las cinco de la tarde en la esquina de la plaza, pero no, ellos prefieren aquel lugar.

Y
en el piso del patio, allá junto a la fuentecita con rostro de león yace una pequeña dama a la que nunca se le han visto los ojos.
Alguien puede escuchar que tararea una canción de cuna tan antigua como el patio.
“Auf einem Baum ein Kuckuck
Simsaladim, bamba
Saladu saladim
Auf einem baum ein Kuckuck saß…”

Y por las tardes los niños se acomodan alrededor de la mujer que nunca deja
ver su rostro para que ella les cante en esa lengua germánica. Después atraviesan un sueño tan hermoso que nada ni nadie es capaz de despertarlos hasta que el sueño acabe.
La mujer cantante del rincón echa un vistazo a los niños. Éstos están encadenados al sueño, ya no podrán despertarse de ninguna forma. Los contempla, los acaricia, los desea con sexual bravura.
La mujer rápidamente los embolsa y posteriormente los introduce por cada orificio que tenga en su menudo cuerpo. Pedazos de tripas y extremidades apareciendo de entre sus muslos, cabelleras platinadas amohosándose por sus oscuras fosas nasales.
Ella es tan gentil que no quiere que sus niños vuelvan a ver el mundo exterior y la cruel realidad. Entonces los guarda en sus adentros.
La sin-ojos eructa. Reina el silencio. La digestión dura hasta que Boris, el dueño del patio le enseñe a su monstruo la canción en alemán.
“Auf einem Baum ein Kuckuck…” y ahí va de nuevo.
Y Boris se sienta otra vez en su silla mecedora de frente a la hierba y a las flores y por supuesto a la mujer que ahora le muestra los incandescentes ojos que no tiene.
Pero esta tarde Boris ha despertado de su reconfortante siesta y ya no recuerda esa canción de cuna del coco. Es más, ya casi ni recuerda cómo se mudo allí en el 74 ni cuál fue su último empleo antes de retirarse. En pocas palabras, le han vaciado la memoria.
En este ultimo tiempo, los vecinos reportaron ruidos molestos provenientes del patio de Boris.
Cuando la policía llego al lugar se toparon con un panorama circense: un hombre de edad tirado sobre la hierba completamente desnudo. Tenía marcas en su cuerpo, rasguños, desgarros y laceraciones. Todavía respiraba. Pero lo que dejó atónitos a los oficiales fue comprobar que su cabeza estaba recubierta por un humor espeso que no llegaba a ser líquido.
Los peritos adujeron que la victima había sido utilizada como elemento para la masturbación.

Claro, Boris no era un niño. La mujer sin-ojos lo había devuelto al mundo exterior. Después de todo si lo dejaba dentro, ¿quién le enseñaría la tierna canción de cuna todos los días para repetirla en su repertorio?
Ella tenía que seguir atrayendo más de aquellos pequeños que tan deliciosos sabían. Boris ya había recibido su merecido.

4 comentarios:

  1. "Los peritos adujeron que la victima había sido utilizada como elemento para la masturbación"...jejejejejejeejeje...Muy buen relato :)
    Besos.

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  2. Y pensar que yo estaba con ganas de visitarte...De lo que me salvé!!!
    Muy bueno el relato!!!

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