miércoles, 15 de junio de 2011

El concurso, Mauricio Carranza

La invitación llegó por mail, igual que los dos años anteriores, sólo que ahora habría dos premios y no sólo uno como siempre fue. Ambos autores irían a una antología con otros de otras provincias, pero sólo el ganador recibiría $2000 pesos, una suma muy apetecible por un solo cuento. Yo sólo quería, y necesitaba, estar en esa antología.
Leí las consignas y puse manos a la obra. Armé un cuento sobre mí mismo, sobre el concurso, su jurado y sus premios. Me salió perfecto.
A la semana entregué el cuento, lo llevé en un folio, manuscrito y pasado en computadora, con todos mis datos. Sabía que ésta era mi oportunidad, este año no se escapaba.

Salí de la biblioteca donde se hacía el concurso cuando la vi, ella, ella siempre.
-Mirá la minita que baja del auto –le dije a Lucas, un primo de la Capital-.
-Está buenísima. ¿Quién es?
-Donatella Raviolotti, la más bella hija de puta de todas-.
-¿Quién es el tipo que anda con la minita?
-El padre. Ella y él son dos pequeños monstruos de la culta literatura del pueblo-.
-¿El padre? ¿No es el que competía hace años con tu viejo en los concursos de poesía?
Lo miré con resignación.
-El mismo. Uno solía escribir por amor, el otro sólo para ganar. Te imaginarás cuál es cuál. Los Raviolotti sólo desean ver sus nombres entre los mejores. Y llevarse el dinero, obvio.

Donatella era morena, de oscuros y finos ojos, perversa y soberbia como pocas, había ganado el premio los dos años anteriores y buscaba retener la corona.
Donatella entregó su trabajo en una carpeta negra con el escudo de la familia lacrado en la tapa. Tal vez pensaba sumar puntos con eso, tal vez necesitaba sumar puntos, tal vez su relato no era tan bueno como otras veces.
Pasó al lado mío, me guiñó un ojo y se alejó sin decir nada. Ella sabía que esa noche yo pensaría en ella, en su cuerpo y en el día en que me rechazó porque su padre quería algo mejor para su futuro.

Pasó casi un mes. Llegó la entrega de premios. El discurso de presentación más las lecturas de las autoridades extendieron el final más de lo pensado.
Hasta que llegó.
El orador, como siempre, era el Presidente de la Biblioteca, el Dr. Hugo Etnegidni y de él fueron estas palabras:
-El segundo lugar con un fantástico cuento sobre un amor no correspondido es paraaa... Donatella Raviolotti!!!
Se escucharon pocos aplausos y algunos de muy baja audición, excepto los míos, que hice sonar mis palmas como si estuviese en el baile del club. Me sentía contento por el resultado. La cara de su padre inmóvil de músculos, la mirada de ella perdida (y aún así hermosa) hacia ningún lado demostraban el desinterés de recibir la mención.
Y llegó lo esperado: el Dr. carraspeó un poco, tomó aire y lo dijo:
-Y el primer premio, que va acompañado por dos mil pesos donados por la Intendencia, es para alguien que escribió un cuento hermoso, que todos podremos leer pronto en el libro donde estará el primer premio, y el ganador del concurso es paraaaa... Javier Rinaldiiiii!!!!
Todos explotaron en aplausos y en felicitaciones, menos yo. Esta vez me había derrotado un niño de doce años que había escrito un cuento banal sobre la historia del pueblo.
Me sentí ultrajado y manoseado, así debía sentirse Donatella cada vez que pensaba en ella. Me fui a mi casa y decidí contar esta historia, decidí escribirla y decidí que la mejor forma de terminarla, era con la palabra fin.

4 comentarios:

  1. Qué buen cuento!!! Es precioso, felicitaciones para su autor.

    Saludos-.

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  2. Pato, muchas gracias por tu comentario. La verdad que me alegró leerlo ya que es la primera vez que publico algo de lo que escribo.
    Saludos y gracias de nuevo por los elogios!

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  3. Hola Carranza,muy lindo relato.Me dio gusto leerlo.UN ABRAZO

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  4. Me cautivaste, locura, un aplauso de baile. Usted es todo un Etnegidni a la hora de circunstanciar los hechos, y le queda fenómeno.

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