miércoles, 8 de junio de 2011

El reloj, Valentina Vidal

Usaba la tele como despertador todas las mañanas y las noticias se le filtraban de a poco en su cabeza recién amanecida. Un tren incendiado, dos accidentes en la panamericana, eran imágenes confusas y mezcladas que de a poco iba desenmarañando entre el sueño consciente y las pocas ganas de levantarse. Pero algo le llamó la atención: “implosiones en la ciudad de Mendoza”. Al querer seguir el hilo, notó que los conductores hablaban cada vez más rápido. Tanto, que no alcanzó a escucharla del todo. Y casi sin darse cuenta, ya había comenzado la presentación del programa siguiente. Optó por levantarse.


Al ver su reloj, se llevó una gran sorpresa: Las horas eran minutos, los minutos segundos, y ellos a la vez atrasaban en una carrera de descuento sin sentido.


Pensó que todavía estaba durmiendo, o que el vodka barato de la noche anterior finalmente se había cobrado la picardía, pero los otros relojes confirmaban lo mismo y la reunión a la que debía llegar puntual no sólo ya había empezado, sino que estaba en pleno desarrollo, y si esto seguía así, terminaría sin que él esté presente y todo el proyecto se definiría en su ausencia.


Apurado salió a la calle, parando el primer taxi que pasaba. No había terminado de subir que el chofer ya había arrancado, pisando hasta el fondo el acelerador. Pero no era que iba a llegar antes por viajar más rápido, porque a medida que las cuadras pasaban, casi sin poder verlas debido a la velocidad, el minutero del reloj también iba cada vez más rápido.


Al llegar a su trabajo, la reunión había terminado y ya le habían despachado el telegrama de despido.


Sin poder comprender nada, se dirigió a la plaza y se sentó en un banco que estaba en el medio de ella. La gente corría hacia todos lados y hacia ningún lugar.


Se vio a sí mismo envejecido y cansado.


Entre huesos rotos y autos estrellados, corrió. Alguna vez había escuchado que el Gran Reloj marcaba el pulso vital de la ciudad y corrió sin parar hasta llegar a la plaza Retiro. Comenzó a ascender hacia la cúpula con los años que se le venían encima en cada escalón. Al llegar, no sólo no tenía la sabiduría de los ancianos, ni la lozanía recientemente perdida, sino que apenas tenía fuerzas para intentar detener ese reloj. Sin opciones, sacó una pierna y luego la otra. Las manos temblorosas sujetaron las dos agujas y sus pies quedaron balanceándose en el vacío.

















Comenzó a deslizarse lentamente.


Sabiendo que no aguantaría mucho más, miró hacia abajo: el mundo entero se había detenido.


Por un instante se sintió algo así como Dios.


Por un segundo comprendió el tiempo en toda su totalidad.


Por un minuto sintió el peso de su cuerpo en sus propias manos.


Hasta que no pudo más y se entregó, al concreto instante de la eternidad.



5 comentarios:

  1. Perdón por la pregunta, pero ¿donde están los requisitos de la consigna en este cuento?

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  2. es una maravilla, atrapante hasta la ultima linea.

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  3. Muy buen relato. Me gustó mucho!!
    Besos.
    Vane.

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  4. Anónimo 1, envié mi relato, consultando si estaba dentro de la consigna y me lo publicaron. Así que consideré que si, que lo estaba.(era bastante amplia) Por lo demás, muchas gracias Anónimo 2 y Aleta Vidal :)

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  5. Me gusta mucho! Sí sí! Qué lindo apocalipsis!

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