miércoles, 22 de junio de 2011

La esquina, Vanesa Juliá

El tipo que anda con la minita, todos los viernes a la media noche –desde hace algunos meses- para su auto en la misma esquina de siempre. Ella con antelación lo esta esperando: el frío calándole hasta los huesos; la nariz y mejillas rojas.
La minita sube al auto. Lo saluda con un beso en la boca. Ninguno de los dos habla. Ninguno de los dos se mira a los ojos. Ella prende un cigarrillo. Él arranca y dirige el auto al lugar acostumbrado: un motel derruido y sucio en las afueras de la ciudad.
Ella tiene veinticinco años menos que él. Él no está casado ni tiene hijos. Aún así, no tiene intención de hacerlo ni tenerlos. De los dos, uno se pregunta por qué hace lo que hace ¿Qué busca? ¿Qué es lo que la atrae? ¿La persona que está a su lado o lo prohibido y censurado? Quizás quiera llamar la atención. La cuestión es de quién. El otro, vaya uno a saber.
No hay palabras, sólo las indispensables. No hay miradas, sólo las necesarias. Si hay sexo, desnudo y descarnado: sin romanticismos, sin restricciones morales ni éticas.
A la vuelta, la vuelve a dejar en el mismo lugar en el que lo esperó: la esquina. Un beso de despedida. Las piedras que crepitan bajo las ruedas del auto. Ella que emprende, caminando, su regreso a casa. Y en el aire, el acuerdo tácito de volver a verse dentro de una semana, a la misma hora, en el mismo lugar.
El próximo viernes, el padre la sigue hasta el lugar de encentro. Quería corroborar con sus propios ojos lo que comentarios maliciosos y burlas solapadas le habían sugerido y lo que su egocentrismo e indiferencia no le habían dejado ver. En su bolsillo, apretado contra su cuerpo y escondido, lleva un revólver. No tiene ninguna intención de usarlo. Sólo busca asustar a los culpables de su vergüenza, a los desafiadores de su autoridad patriarcal, a los autores de su orgullo herido como padre de familia.
Desde algunos metros, la ve pararse en la ochava, protegida por el alero de la garita de colectivos. Luego de unos minutos, un auto se aproxima por la izquierda y frena frente de ella.
Cuando ella intenta subir al auto, su padre aparece por detrás blandiendo el arma y gritando:
- ¡Puta de mierda! Vení para acá. Y vos, degenerado y abusador de nenas, salí del auto que te mato.
Su padre la agarra del brazo fuertemente y la tira para atrás. La lastima y grita. En ese momento se da cuenta de que va armado. Se asusta. El corazón empieza a latirle aceleradamente. Se cuelga de su brazo tratando de quitarle el arma. Empiezan a forcejear. Él le pega una cachetada y en ese instante, no se sabe cómo, se dispara el arma.
Nunca pensó que estuviera cargada. Nunca lo corroboró. El tipo del auto aprieta el acelerador y huye. Nunca le conocerá la cara, al maldito. Nunca se la vio.
Su hija yace en sus brazos. La mira. Nunca se había dado cuenta de lo hermosa que era. Nunca había sentido, como ahora, que también él la había engendrado. Que los dos se contenían mutuamente. No sólo era hija de su madre, sino que era hija suya ¡Y tanta indiferencia! ¡Y tanto desafecto! Nunca la había considerado como debía ser.
Y llora. El tiempo no se podía volver atrás: él mismo la había matado.

3 comentarios:

  1. Holaaa, muy bueno el texto de Vanesa...Y el blog tambien está bueno para ponerlo en favoritos...

    Saludos desde Santa Fe, Jorge

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  2. muy influenciada por freud, a mi juicio :) tomas idao gesel

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