lunes, 30 de mayo de 2011

Devoto, Florencia Cisnero Márquez


Una nube de humo le cubrió la mano y bajó el papel que sostenía a la altura de sus ojos. La marea opaca del tabaco terminó por cerrarle los ojos. A pesar del ardor alcanzó a ver el hombro de donde salía la bocanada. Cuando los abrió nuevamente una mano con unas despintadas barrió nerviosamente las cenizas que había llegado a esa hombrera.
Su manera de mirar era sólo una simple perversión, manipulaba el juego de tiempos: mirar cuando la sonrisa se desdibuja en la cara, o bien mirar los párpados cuando las manos reciben un pago o un vuelto, o cuando simplemente las personas niegan un pensamiento interno. Se acomodó el sombrero y pensó en los minutos que faltaban entre la llegada del colectivo y la caída de esa colilla de cigarrillo todavía humeante.
La tos de una persona a su derecha le hizo dudar si había apagado las dos luces de su departamento. El cigarrillo que fumaba la mujer delante suyo, negro de notas ásperas, le causó la suficiente incomodidad como para perder el hombro de vista y volver al papel. Retomó el texto de Clara Salto, la autora del cuento incompresible que estaba repasando para la entrevista. Anochecía y la luz disminuía. La lectura fue interrumpida por una carcajada que le surgió al leer “crimen pasional”, le tembló un poco la mandíbula y vio el colectivo detenerse. La fila avanzó.
Pensó en regresar, pero recordó el chasquido de los labios de ella antes de dormirse. La idea era simple convención, una vela y una cortina demasiado cerca. Una apuesta redoblada al azar, un accidente doméstico, un movimiento de brazos, estaba convencido que sólo se escaparía por azar. Como por azar la había visto besar y abrazar a otro, en la puerta de su trabajo devotamente durante tres meses. Igualmente podría estar esperándolo, para terminar el rezo de la novena de San Roque juntos, también devotamente.
Chequeó la dirección y tocó tres veces el timbre, la escritora no estaba. Escuchó unos tacos más fuertes detrás de él, reconoció el hombro y olor.
-¿Usted es Clara?
Ella asintió y se disculpó por la tardanza. Entraron a una sala sin ventilar, ella abrió la ventana y le ofreció un café. La charla avanzó vertiginosamente. Fue un fluir de anécdotas sobre su investigación en la cárcel de mujeres, historias versionadas sobre maltratos e ilícitos vinculados con la política y el dinero.
Finalmente la autora no quiso decir lo que buscaba con su antología de cuentos, con una gesto de acoso aclaró que necesitaba devolver a otros oídos las historias siempre repetidas. Intentó prender el cigarrillo mientras el periodista miró su reloj, el viento ingresaba arremolinando la cortina de la sala, el flequillo de ella.
Él pensó una vez más en las pestañas húmedas de su compañera infiel o demasiado fiel, y quiso cerrar la entrevista:
-Usted fuma hace mucho, sabe que una versión del hábito es placentera: controla su ansiedad, y la otra versión es perjudicial: la termina matando. ¿Estas historias que Ud. cuenta terminan hablando de esa misma doble moral?
La escritora continuaba mirando su cigarrillo, finalmente había brasas. Sonrió forzadamente al escuchar la pregunta
- La suspensión de la moral es inherente a la vida cotidiana, ninguna de estas mujeres lidió con sus límites hasta que las pusieron a prueba. Creo que ninguna persona llega a ese lugar por azar.
Ambos se despidieron y ella aprovechó para cerrar la ventana.
El viento soplaba cada vez más fuerte. No había moral. No estaba en un error, no.

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